La primera imagen que tuvimos los españoles de la tragedia del Yak en Turquía era desoladora: una montaña sembrada de ropas militares, efectos personales y algunos restos humanos todavía humeantes. La pasó la CNN y nos encogió el corazón a quienes apenas habíamos dormido tras la larga jornada electoral del 25 de mayo de 2003. A esa primera imagen que mostraba la tragedia en toda su crudeza siguieron otras imágenes en las que veíamos al ministro de Defensa, Federico Trillo, abrazando la gorra de uno de los soldados y señalando con su dedo índice el horizonte, un horizonte muy televisivo.

Trillo fue el primero en llegar al lugar de los hechos, pero sirvió de poco porque no se enteró de nada. Se limitó a posar en el monte abrazado a la gorra, y nadie le dijo que treinta cuerpos estaban carbonizados y que no había ninguna señal externa que permitiera identificarlos. Fue por eso que los forenses turcos tomaron muestras de ADN para facilitar el trabajo a los militares españoles, empeñados como estaban en repatriar los cuerpos a la mayor urgencia. Pero los militares españoles rechazaron el ofrecimiento, asignaron unas identidades al buen tun tun y los enterraron con alevosía, pues sólo así se explica que a las familias no les permitieran abrir los féretros.

"Dejen en paz a los muertos", bramó Aznar cuando las familias empezaron a sospechar el desastre. Ese día, el entonces presidente del Gobierno español practicó sin rubor la teoría de Nietzsche: "La mentira ha dejado de ser algo que pertenezca a la moralidad" .