Con pocas, pero honrosas excepciones, la novela negra sueca no deja de ser una aportación más al género. Ni en calidad literaria ni en ingenio dramático han aportado sus autores más que los ingleses, norteamericanos, o, sin ir más lejos, que la novela negra española, que la supera claramente en calidad.

No así en cantidad de recursos, publicidad, difusión y márketing. Comenzando su aplicación por el propio Gobierno sueco, que ya desde el éxito de Mankell vio la posibilidad de generar una marca cultural, y exportar autores a medio mundo. Para ello, decidieron facilitar el trabajo de las editoriales extranjeras ayudándoles con los costes de la traducción. Esto es, que a un editor español, el ministerio de Cultura sueco le sirve gratis la traducción de su nórdico autor, liberándole de esos costes y abriéndole el mercado de España, con su ámbito iberoamericano. Ejemplo que nuestro país, al carecer de ministerio de Cultura y de política cultural alguna, naturalmente no ha seguido.

Una de las mayores beneficiarias de esta inteligente política comercial ha sido la muy comercial y exitosa Camilla Läckberg. Su último libro, Mujeres que no perdonan, es una novela contra el mal trato y sobre los movimientos de resistencia y rebeldía, tanto a nivel intelectual como colectivo, con que las mujeres maltratadas en sus hogares tratan de defenderse y cambiar las cosas en la sociedad patriarcal.

La sueca, según Camilla Läckberg, lo es claramente. Los personajes masculinos de Mujeres que no perdonan son un hatajo de borrachos machistas pendencieros, capaces de humillar a sus mujeres hasta extremos increíbles, pegándoles, y muy duro, y con mucha frecuencia, mientras sonríen de cara hacia afuera y las obligan a trabajar para ellos y a servirles como a señores feudales. La lacra aqueja a mujeres de toda edad e índole social, desde profesoras hasta amas de casa, desde jóvenes estudiantes a jóvenes emigrantes, unidas en la humillación y el submundo de la violencia.

Por lo demás, Lackberg se inspira en Extraños en un tren, de Patricia Highsmith, para urdir una trama tan sencilla de descubrir como, imagino, de escribir. También de leer; y, de ahí, además de las ayudas del ministerio sueco, su éxito.