En la sociedad globalizada, los mercados, la competencia, operan de una manera despiadada, buscando el último rincón donde pueden encontrar un céntimo de beneficio. Los mercados abiertos, las técnicas de la información y la comunicación y la disposición de datos, ha producido un incremento de la especialización productiva; las empresas se centran en lo que saben hacer y externalizan lo accesorio, lo que no es la esencia de su negocio; se expande la oferta y se reducen los márgenes para ganar mercados. Este proceso se lleva a todos los niveles: se subcontratan empresas y se reducen los contratos de trabajo, y se sustituyen con autónomos y «falsos autónomos» y se flexibiliza-precariza el modelo de empleo tradicional, cuando es necesario. Los cambios cada vez son más profundos y más frecuentes. Prácticas económicas tradicionales, sectores productivos, empresas, cada vez están más expuestas a profundas transformaciones e incluso a su desaparición. Florecen nuevos sectores, nuevas empresas que asumen liderazgos tecnológicos, empresariales, financieros, sustituyendo a empresas tradicionales. ¿En que han quedado los sectores económico-financieros, el capital monopolista que se decía en una época, en cuanto a poder político y económico en estos tiempos? ¿Quién manda más Google o Goldman Sachs; Amazon o el City Bank; Inditex y Telefónica o el Banco de Santander? Vemos, por ejemplo, que empresas constructoras o de servicios compran bancos e influyen en gobiernos para campar a sus anchas y pagar menos impuestos. Es algo más que la destrucción creativa de Schumpeter. Han cambiado los poderes económicos, aunque algunas prácticas antiguas permanecen.

En el terreno individual, el rentismo, el vivir de una renta anual como nos contaban los escritores franceses, ingleses o rusos del XIX, ya no es frecuente entre las clases pudientes, entre los que disponen de riqueza material o financiera. En estos tiempos, el dinero tiene que estar trabajando so pena de quedarse en nada en un periodo no demasiado largo.

La figura del rico que nos retrataba Thorstein Veblen, que no trabajaba, que hacía ostentación de su ociosidad y de su riqueza material, es poco habitual. Al revés, discreción en el consumo y bastante trabajo. Se puede decir que cumplen su función social de creadores de riqueza. Ese núcleo de propietarios, se acompaña de profesionales muy preparados, lo que las nuevas teorías sobre clases sociales llaman la «clase reputacional». Poseen conocimientos, capacidades, cultura, son los que se desenvuelven con facilidad en la globalización.

Pero debajo de estos dos sectores, hay una amplia masa en la que el trabajo y los ingresos son inciertos, inestables, se encuentran sometidos a obsolescencias profesionales, incertidumbre económica y riesgos. Son dos mundos diferenciados. Las dificultades de subir de una clase a otra son enormes. Es aquí, donde las tradicionales clases pudientes marcan las diferencias: la movilidad social es escasa. Mecanismos de ascenso social como la universidad funcionan de forma regular, por no decir mal. Estos sectores que no terminan de salir del precariado y permanecen instalados en el riesgo, son objetivos potenciales de populismos de todo tipo. Piketty en su Capital e Ideología analiza cómo un sector social acomodado, que dispone y disfruta de cierto capital cultural y profesional, vota a opciones de izquierda. Por el contrario, y paradójicamente, clases sociales más empobrecidas votan a derecha y ultraderecha. Piketty observa ese cambio en el panorama político, en varios países europeos y americanos. Como marxista que es, señala que la infraestructura económica, las relaciones de producción y de trabajo en la sociedad son las que subyacen en la ideología de la sociedad y, en consecuencia, estos sectores en dificultades no encuentran un referente político en los sectores dinámicos que se desenvuelven bien en la globalización. Estos sectores acomodados son los que la izquierda atiende más en sus programas y políticas. Por contra, los populismos, de diverso signo, apelando a enemigos externos, a pasadas arcadias inexistentes, a ideologías superadas por los hechos y al deterioro de pasadas situaciones de prosperidad, en la minería, la siderurgia, en la industria, encuentran una clientela ideológica diferente pero que parece que atiende a sus propuestas. Plantear los males, pero no ofrecer soluciones, o soluciones fáciles y sin coste, es la característica esencial de los populismos. Cuando alguna vez tocan poder, el desencanto es inmediato, pero en el mientras tanto, los desaguisados son importantes lo cual exige un esfuerzo de desenmascaramiento y, sobre todo, una revisión profunda y sin complejos de las políticas progresistas que dejan a esos sectores desamparados.

Esta es la cuestión: urge una reflexión acerca los problemas reales a los que se enfrentan las clases populares que unas clases acomodadas, con cierta cultura, liderando partidos más o menos progresistas, están ignorando. No lo despachemos con una chirigota de carnaval sobre la irracionalidad que supone que un votante de pocos recursos vote opciones de derecha. Analicemos si hay razones objetivas.

*Profesor de la Universidad de Zaragoza