La editora del sello Bala perdida, Lorena Carbajo, dio a leer a Maica Rivera los poemas de Nacho Escuín, que ella misma acaba de publicar, y le inspiró lo siguiente: Hay sentimiento desnudo, ojos vidriosos y puños cerrados, hay un torrente de energía que estalla en cada punto final. El poeta, exiliado temporalmente en la barra del bar, no comprende su entorno hostil y tiene miedo a quedarse ciego y sin voz. Solo le alivia el azul de las olas, la paradoja del mar como ancla que, rupturista con la tradición, predice el regreso del profeta.

Tras una intensa experiencia durante la última legislatura, en la gestión cultural del Gobierno de Aragón, Escuín ha regresado a sus labores docentes y a la inspiración poética. Lo ha hecho, como siempre que se deja la política, cargado de éxitos y sinsabores, de visiones y frustraciones, pertrechado con una mezcla de exaltación y decepción, según corresponde a la esencia y conocimiento del poder. Que suele mostrarse especialmente cruel con los autores. Con aquellos, pocos, creadores llamados de vez en cuando a la función pública.

La mala raza, el nuevo poemario de Nacho Escuín, es el cuaderno de bitácora de un náufrago urbano, poeta que, solo en la ciudad, busca el sentido de la vida, debiendo conformarse con el consuelo de la palabra y aspirando al del amor.

La ciudad/ limita al norte/ con la soberbia/ y al sur con la desolación./ Ella contiene/ todo lo posible./ Pero allí vives. Te arrastras/ y te pierdes/ y te deshaces y mueres cada día y renaces/ en su asfalto.

Esa levedad que difumina las calles y los callejones del ser empapa también la moral y el pensamiento poético, de modo que el poeta se ve abducido a bautizar las cosas y cambiarles el nombre antes de que desaparezcan por los abismos de la ambigüedad o del ovido. Abomina de aquello que viene dado,/ de aquello que era fácil/ y, por lo tanto, no pensaste./ Dijiste sí como las bestias embisten sin mirar/ si había muro o espada tras la tela fina de lo real/ o de lo que veías.

Pero hay esperanza y el poeta encuentra su Muchacha en la noche:

De eso hablaba exactamente,/ del transcurso de la vida,/ los agujeros negros./ Parloteaba y aceleraba las palabras haciendo remolinos con sus rizos y su boca... Comprenderla era comprender la noche.