Vemos tantos dibujos, hemos visto tantísimas maquetas. Las esclusas, la central hidroeléctrica de Vadorrey, la represa... sigue siendo un hermoso proyecto... navegar por el Ebro. La clave, como siempre, está en las perricas, el euribor. Cada día se instala un banco nuevo. Cada mes nace un barrio. Pero Madrid tal vez no acaba de entender que esta zona despierta de un letargo de siglos. Es fundamental que los capitostes del Gobierno y sus derivados tomen su bautismo de whisky del AVE. Que vayan viendo que las reuniones son más cómodas en Huesca que en los ministerios. Quebrar esa rutina de distanciamiento, y a veces de desprecio a la provincia, es fundamental. Los de dentro ya hemos cambiado el chip hace tiempo: porque lo vivimos, lo estamos viendo y no tenemos más remedio que creernos la realidad, precisamente porque nos deborda, no la podemos seguir ni mucho menos prever, y esa es la garantía de que estamos en el meollo del mundo moderno, en el banco de pruebas de los negocios vertiginosos, que cada día traen una sorpresa mayor que el anterior. Madrid y sus altísimos jefazos han de ver Aragón como la próxima oportunidad. Han de venir más a menudo, vivir en los AVEs, reunirse a lomos de tren caliente, y entonces aflojarán esa pasta que guardan debajo del colchón, que escatiman con criterios antiguos porque quizá no se han dado cuenta de que en este cuadrante hay una vitalidad de vértigo. Si se fijan, César Alierta, presidente de Telefónica, casi ha instalado su oficina en Zaragoza (la oficina está donde está el móvil). Hay muchos ejemplos más. De repente las agendas de los superejecutivos mundiales empiezan a registrar con mucha frecuencia las anotaciones de Zaragoza, el Somontano de Barbastro, Huesca, Albarracín, Panticosa... Y resulta que en casi todos los sitios hay un excelente restaurante, magníficos vinos, buen rollo, atención exquisita y discreción absoluta. Digamos que en los últimos años nos hemos estado entrenando, sector por sector, para ejercer de anfitriones y negociar sin complejos. Nada más entrar en esos ministerios que aún tienen los cortinones rancios, se echa uno a temblar, empezando por el nuevo inquilino que los habita. Quizá el Gobierno de Aragón debería alquilar un vagón del AVE para restaurante, salón de reuniones y leves siestas. Una especie de delegación itinerante: las reuniones irían sobre ruedas.

*Escritor y periodista