Es un problema universal que no resulta ajeno a nadie. Decimos que los niños de hoy son la esperanza de mañana, pero el sueño se frustra constantemente dejándonos un sello de inevitable amargura. Afirman los expertos que si el niño da con una persona adulta que ni le falte ni le falle, como el padre, la madre, un maestro o alguien, en fin, que le muestre con su ejemplo a distinguir el bien del mal, o sea un modelo de comportamiento, todo suele ir bien, porque tanto la conciencia cómo la voluntad hay que cultivarlas desde el nacimiento permitiendo a niños y niñas el aprendizaje de los deberes que conlleva la existencia.

El niño tiene que ser educado haciéndole comprender paulatinamente la responsabilidad por sus actos y en proporción a su edad, la culpa que esté en condiciones de asumir. La situación de irresponsabilidad social en que nos sumergimos o nos sumergen los medios del contorno, incluida la propia familia, conduce a que muchos de aquellos chicos y otros que ya no lo son crean o les interese creer que hacen "lo natural" y que están exentos de reproches. No se entiende ese absurdo de intentar que los niños crezcan apartados de la idea de Dios por voluntad de sus progenitores, que se excusan ¡infantilmente! diciendo que cuando sus hijos sean mayores ellos mismos decidirán lo que les convenga hacer. Soy católico, aunque no de los mejores, pero preferiría antes una educación inspirada en otra religión, que educar prescindiendo de todas.

Nunca me atrajeron las matemáticas, pero celebro que el correspondiente plan académico no me dispensara de estudiarlas dejándome eso si, la libertad de escoger después (no entonces), lo que me pareciese más conforme a mi modo de ver las cosas. Como escribe Vicente Ferrer, exjesuita y siempre hombre de Dios, "el absurdo más grande de este mundo es la existencia del hombre" y añade que "el absurdo más grande es (también) que Dios exista" y acaba así: "¡qué extraño, que ilógico! Sin embargo, ambos existen. El hombre existe y Dios existe". Y si sólo existiera lo creado y no el creador, el mundo no habría perdido lo que gana confiando en ese Padre. Pero los hay que no quieren a los hijos con buenos principios. Opino que si dejamos a los niños ir por la vida sin una idea de Dios en la cabeza, les abandonamos a su suerte, probablemente mala.

El mundo de los niños requiere bastante delicadeza pero ninguna debilidad. Una cosa es prodigarles atenciones fundadas en el amor que tanto necesitan y otra una tolerancia indefinida que les de la sensación de ser libres y de hacer cuanto se propongan, porque los mayores estén demasiado ocupados o entretenidos en su mundo y delegaron en los maestros para que los eduquen. Unos por otros cabe que la casa se quede sin barrer cuando es indispensable que crezcan desde la cuna con la noción progresiva de tener deberes tanto al menos como derechos y cada día más importantes. La democracia cae en una especie de hemiplejía cuando se da más relevancia a los derechos que a los deberes. En esto de los deberes, nuestra educación tiene que ser permanente, quiero decir vitalicia. Sin embargo, no es eso lo que comúnmente sucede y hasta cabría decir particularizando situaciones y sin complacencias bobas, que España no es el peor ejemplo, sobre todo cuando se mira a Irak que no cae tan lejos y vemos que para apresar a un terrorista USA no vacila en matar niños a cañonazos porque vivían donde se sospecha que se esconde el perseguido. Israel hace más o menos lo mismo y con excusa similar. En Africa se emplea a los niños como soldados y en Asia, ¿sólo en Asia?, los niños son obreros precoces y sufridos. Europa también se materializa a costa de niños y niñas. Mientras, la FAO nos advierte que cada año mueren de hambre en este mundo alrededor de seis millones de criaturas. Sin un Norte de trascendencia en la educación y sin acciones públicas más reflexivas, esto seguirá siendo el "acabose" y en nombre del materialismo laico e interesado habrá que renunciar a cualquier meta cuyos efectos no se puedan contar, pesar o medir. Aunque cada uno de nosotros cargue toda la vida con el niño que fuimos y que quedó apresado dentro del adulto que somos, cuesta trabajo aceptar que los mayores también tuvimos infancia de distintos que somos a los que éramos entonces.

Cuando niños como Jokin optan dolorosamente por irse a otro sitio buscando un mundo en el que buenos días quiera decir verdaderamente, buenos días, cabe que se hayan ido directa o indirectamente porque algunos de nosotros no supo escucharles. Dios quiera echarnos una mano más y que aprendamos a entendernos y a ayudarnos. ¿Son los niños los que van a la deriva o será la sociedad entera?