Malos tiempos para los consensos de Estado. En cualquier materia. Aunque tampoco cuando los ha habido han sido siempre respetados. Los partidos encuentran la manera de justificarlo todo, incluso la ausencia de palabra. Sirva como ejemplo aquel Aznar de la mayoría absoluta, que en una entrevista televisada sostuvo que no había límites y que «todo, absolutamente todo» podía instrumentalizarse en el ejercicio de la política.

Como el bumerán de la historia es perverso, el hombre que fumaba puros con los pies encima de la mesa de Bush ha reaparecido esta semana para dejar claro que la ética no es un filtro que le valga. Acudió a una comisión del Congreso dotado de la misma ausencia de autocrítica de siempre y con los bolsillos llenos de su proverbial arrogancia. La realidad paralela en la que vive y en la que nos sumió a todos siendo presidente sigue dejando un interminable reguero de lodos.

Pero al margen del hombre que reconquistó Perejil, la táctica que ahora prima entre partidos es la del fuera de juego: dejar en evidencia a los delanteros rivales. El culebrón de verano de la exhumación de Franco que pretendía retratar a PP y Cs era innecesario cuando ya había una resolución acordada (algo casi insólito) por el Congreso en el 2017. A ello hay que sumar el repentino asunto de la eliminación de los aforamientos, que ha pretendido pillar en contradicciones a más de uno, en su convencimiento real o en su devenir judicial, aunque a la postre solo el 12% de los aforados son cargos políticos.

En ausencia de un verdadero plan digno de ese nombre, los micro objetivos a corto o cortísimo plazo se han apoderado del debate y de la escena. Los mismos procedimientos que un día son vistos como herramientas constitucionales al día siguiente son solo atajos torticeros. Hay quien sigue poniendo en duda la legitimidad de la moción de censura de Sánchez. Hoy, el PP que gobernó en base a decretos ley (hasta 75), clama al cielo por el abuso que les parece la enmienda por la que el PSOE quiere sortear el veto popular en el Senado para presentar su ley de Estabilidad presupuestaria. Hablamos de la cámara Alta, ese lugar en el que el PP, con el 30% de los votos, tiene una representación del 60%. Incluso el idolatrado Pacto de Toledo suspende su reunión por falta de acuerdo previo en cómo enfocar el tema de las pensiones. Sí, malos tiempos para los pactos de Estado. España se rompe sola. H *Periodista