La reciente muerte de Adolfo Suárez ha dado relevancia a un hecho que hasta ahora había pasado desapercibido: las disputas en el seno de familias aristócratas por la herencia de un título nobiliario. El hecho de que el ducado que tenía el expresidente haya pasado a una nieta (hija de su hija mayor, ya fallecida) y no a su hijo recuerda que hace ocho años se aprobó, con el apoyo de PP y PSOE, una ley que puso fin a una discriminación incomprensible y contraria a la igualdad entre hombre y mujer. Más de 600 pleitos familiares por este motivo en un país en el que hay menos de 3.000 títulos nobiliarios indican que se trata de un asunto con mucho impacto entre quienes adornan sus apellidos con unas credenciales concedidas por la Corona. El asunto, por tanto, es muy revelador del peso de la tradición en esa ínfima parte de la población española con título nobiliario. No deja de ser paradójico que un avance en la igualdad entre hombres y mujeres descubra la importancia que una parte de la aristocracia concede al título nobiliario. Tan paradójico como que esa igualdad no se aplique en la Monarquía.