Seguimos inmersos en las contradicciones, no sé si son distintas maneras de medir o si quién decreta las normas sanitarias a la población, no tiene muy claro lo que conviene hacer durante el desarrollo de la desescalada. Esa inseguridad se transmite a la ciudadanía, por lo que, conociendo al personal, las reglas se las pasan, algunos, por la bragadura, aunque se pronostiquen amenazantes rebrotes. Pero por otro lado hay gente cumplidora que hace lo posible para acatar las reglas en este juego de ruleta, aunque sea sin ningún convencimiento.

En este periodo de alerta sanitaria existen dos pilares fundamentales para que la población pueda salir de este impasse y es el uso de la mascarilla y el guardar las distancias establecidas. El problema llega cuando las normas sobrepasan el argumento del sentido común, por lo que acaban perdiendo credibilidad. Lo hemos visto en las terrazas, en torno a bares y cafeterías, invadiendo las aceras, con lo cual, los transeúntes, por evitar salir a la calzada y ser atropellados, pasan a un palmo de distancia del cliente que está sentado sin mascarilla y fumando, está permitido, si a esto se le añade que, ahora hay mucho perro por eso del paseo justificado, los canes atados a la pata de la silla ocupan su espacio e impiden pasar con un mínimo de holgura; el viandante no sabe si montarla con tono de enfado o dar un salto circense al contenedor de basura que está rozando el bordillo y así evitar el posible contagio. El furor por sentase en una terraza es tal, que se ha de reservar mesa cual restaurante en la guía Michelin. Y se entiende, porque se han convertido en espacios de libertad de camino hacia la normalidad que todos deseamos. Nuestra común sociabilidad es inherente a nuestro carácter, pero en este estado, al permitirse confluir varios amigos en una misma mesa sin mascarilla, se cae en contradicción cuando se la tienen que poner mientras caminan conjuntamente, fumando o no. Las autoridades sanitarias como la Sociedad Española de Neumología recomiendan, en estas circunstancias, mantener todos los ambientes, tanto cerrados como al aire libre cien por cien libres de humo de tabaco. Pues no, la norma es otra. El epidemiólogo Fernando Simón no ve excesivo riesgo fumar en las terrazas, entonces ¿se entiende que solo es un poquito?

Las normas sobre el consumo de tabaco son, también, el reflejo de la desorientación. Tal es el caso de los estancos que no han sido cerrados, como el resto del comercio, por estar catalogados como actividades esenciales, equiparados a los supermercados de alimentación. Pues aquí entraría la canción Fumando espero de Sara Montiel, quizá sea una manera de entender el por qué.

Las medidas, sobre la protección de contagio de la covid-19, están hechas para aquellos que necesitan cumplirlas si quieren abrir la actividad profesional. Es el caso de las múltiples academias y centros de enseñanza no reglada. El protocolo les obliga, aunque tengan sitio para guardar las distancias dentro del aula, a ir equiparados como si de un hospital se tratara, con el consiguiente problema de comunicación y entendimiento con el alumnado, ¿se imaginan al profesor, lo he visto, con la mascarilla puesta y la pantalla, todo junto, explicando inglés e intentando vocalizar la poesía de Shakespeare? Una agonía. H *Pintora y profesora