Hace ahora justo cinco años se fundó Podemos, un partido que recogió la indignación instalada en buena parte de la sociedad por los continuos casos de corrupción y los recortes que día sí día también asolaban España.

Recogiendo los anhelos del movimiento 15-M y de muchos desencantados, Podemos emergió como un viento fresco y renovador, dispuesto a cambiar la vieja y rancia política. Con palabras a veces grandilocuentes y un tanto cursis (recuerden aquello de «asaltar los cielos»), su cabeza de cartel, Pablo Iglesias, lanzó mensajes que calaron pronto y logró amasar hasta cinco millones de votos. En ciertos momentos, allá por el 2017, parecía que podía convertirse en la primera fuerza electoral, y no sólo de la Izquierda.

Sus jóvenes líderes, trufados con algunos veteranos de todo tipo, como un exfiscal anticorrupción, un general de cuatro estrellas retirado y una jueza jubilada, prometían transformar el mundo, porque querían combatir los vicios de lo que llamaban «casta política» y «Régimen corrupto del 78».

Denunciaban el modo de vida burgués, alardeaban de vivir y querer seguir viviendo en las mismas casas de barrio de siempre, de ser personas normales, de practicar la democracia interna y de dar la palabra a la gente. Con esos mensajes consiguieron la mayoría suficiente y los apoyos necesarios para gobernar los ayuntamientos de las principales ciudades españolas (Madrid, Barcelona, Valencia, Zaragoza, La Coruña, Cádiz…).

Cinco años después, Podemos se tambalea. Los que han podido hacerlo viven como burgueses, lo de la democracia interna es pura retórica (en Zaragoza algunos dirigentes sin el menor escrúpulo han apuntado a centenares de inscritos con la única intención de que voten sus candidaturas en las primarias) y Manuela Carmena, Íñigo Errejón, Ada Colau y algunas «mareas», «compromisos», «izquierdas unidas» y demás marcas similares se descuelgan de la original para crear su propia formación electoral autónoma, en un golpe de mano que suena parecido a la famosa metáfora de «pegarse un tiro en el pie».

Buena parte de los jefes de Podemos, y sus adláteres en distintas versiones, se han convertido en casta política. Por eso, por la corrupción de los socialistas andaluces y ante semejante muestra de cinismo e incoherencia, cientos de miles de votantes asqueados de tanta falsedad y tanta mentira se han ido a la abstención o han votado, a la contra, a la ultraderecha en Andalucía. Y si nada cambia, es probable que ocurra lo mismo en las elecciones de mayo. Una pena.

*Escritor e historiador