La curva de contagios y de muertes por el covid-19 remite aunque cada día siga escondiendo el sufrimiento de cientos de familias. La pandemia sigue cobrándose vidas aunque afortunadamente el ritmo no es el que teníamos hace solo cuatro semanas, cuando sumábamos cada día alrededor de 10.000 contagios. La hibernación durante 10 días en Semana Santa y las 6 semanas que llevamos de confinamiento severo han dado sus frutos: las muertes diarias están por debajo de las 300 personas y los contagios no llegan a 2.000. Todavía es mucha gente. Pero el esfuerzo conjunto del personal sanitario y de la población ha logrado, finalmente, contener la pandemia hasta unos niveles asumibles para nuestro sistema hospitalario. La entrega del personal médico, de enfermería y auxiliar de los grandes hospitales, de las instalaciones de campaña y de la red de asistencia primaria ha sido clave en lograr dar la vuelta a una situación que, a mediados de marzo, amenazaba con estar fuera de control.

De igual manera, la población, aun a costa de un gran sacrificio, ha sido tremendamente disciplinada y ha seguido las indicaciones de las autoridades sanitarias. Mayoritariamente se han quedado en casa, sin ver ni a familiares ni amigos, teletrabajando o estudiando a distancia y limitando los contactos sociales a los imprescindibles: la compra, el trabajo, en los casos de tareas esenciales, y las mínimas gestiones. Poco a poco, se han impuesto las pautas de lo que será la nueva normalidad: distancia de dos metros con las personas con las que no convivimos, mascarillas, guantes, desinfectantes, etcétera. Ha habido transgresores insolidarios, pero han sido clara minoría.

Empieza la siguiente fase. La salida de este domingo de los menores de 14 años ha sido la prueba de fuego de lo que se ha venido a llamar la desescalada. De nuevo, la mayoría cumplió lo estipulado aunque algunas imágenes deben ponernos en alerta. El incumplimiento en las sucesivas fases en las que se va a organizar el desconfinamiento puede echar por la borda el esfuerzo de tantos días. Más allá de simpatías o antipatías políticas o del juicio que nos merezca cómo se han hecho las cosas, hay que extremar la prudencia. Más allá de tecnicismos, lo que se nos propone es de sentido común: podremos salir progresivamente de casa pero deberemos limitar tanto como podamos el contacto con las personas con las que no convivimos habitualmente. Ello significa no verlos o no acercarnos o hacerlo con las máximas medidas de autoprotección. Es duro, pero menos duro que el confinamiento que ya hemos pasado. El domingo han sido los niños, el sábado que viene será la gente mayor y la posibilidad de salir a hacer deporte o a pasear en solitario de los adultos. Cumplir satisfactoriamente cada uno de estos pasos nos permitirá recuperar nuestras actividades ordinarias. Pero para llegar a esos objetivos hemos de seguir dando muestras de responsabilidad.

El ritmo de la desescalada dependerá de que los territorios donde vivimos cumplan una serie de requisitos: capacidad de la Atención Primaria de detectar los casos de covid-19 e identificar sus contactos más íntimos, capacidad de tratarlos en circuitos diferenciados de los pacientes de otras patologías y mantenimiento de las uci en el doble de la capacidad habitual. Si estas condiciones se dan, y los contagios siguen contenidos, los pueblos, los barrios, las ciudades, las provincias y las comunidades autónomas saldrán asimétricamente del desconfinamiento. Si los ciudadanos cumplimos, todo será más fácil para las autoridades sanitarias y más quedarán en evidencia los que quieren teñirlo todo de política partidista.