En la crisis financiera de 2008, el Banco Central Europeo (BCE) se equivocó de entrada. Presionado por los países partidarios de la austeridad, encabezados por Alemania, permitió durante cuatro años que los mercados asediaran al euro atacando la deuda de los países del sur después del colapso griego. Se les obligó a enormes recortes, en algunos casos se les intervino y se les debilitó económicamente y socialmente. En julio del 2012, Mario Draghi cambió el rumbo del BCE y anunció que haría «todo lo necesario» para salvar la moneda única y en un gesto teatral que pasará a los anales sentenció: «y creánme, será suficiente». Se puso a comprar masivamente deuda pública y privada de los estados europeos hasta desincentivar a los especuladores de proseguir con sus ataques a la moneda única.

Hace menos de una semana. la sucesora de Draghi, Christine Lagarde, cometió el mismo error que en el 2008. Puso sobre la mesa un monto total de 120.000 millones de euros más para el programa de compra de deuda. Las primas de riesgo de España e Italia, paralizados por la pandemia, empezaron a dispararse. Hasta que la madrugada de este jueves, Lagarde rectificó y anunció que las compras seguirán hasta los 750.000 millones de euros. Un nuevo antídoto contra los que surfeaban sobre sus primeras dudas. Los mercados de deuda creyeron rápidamente que sería suficiente. La bolsa, todavía no.

Aparte de los especuladores, resulta razonable debatir si va a ser suficiente. Es una solución ortodoxa ante un problema nunca visto. En las recesiones, cuando se contrae la demanda, inyectar liquidez es una solución contrastada. En las crisis de solvencia, garantizar la deuda pública hasta el último extremo, es decir desde el banco emisor, también es una alternativa que está contrastada. El mundo se para, deja de producir. Está bien paliar las consecuencias pero no sabemos en qué plazo se va a eliminar la causa. Con todo, mejor este jueves que hace una semana.