Ibrahim Warde, profesor de la Universidad de Tufts, Massachusetts, ha acuñado el siguiente e irónico término en una de sus colaboraciones con Le Monde diplomatique: caquistocracia. Léase, gobierno de los peores. Etimología del griego kakistos (superlativo de malo) y kratos (poder).

Para ir definiendo a los nuevos caquistócratas, Warde se apoya en algunos de los autores que con mayor inteligencia han satirizado el poder y a sus dirigentes, desde Aristófanes a Dario Fo o Alfred Jarry, cuya obra teatral Ubu rey sigue siendo paradigma de la ignorancia dictatorial de muchos tiranos pasados y presentes.

Como tales déspotas cuyos ridículas patochadas no maquillaron la gravedad de sus decisiones, el autor cita a un amplio elenco de pésimos gobernantes, desde Mussolini o Idi Amin a, naturalmente, Donald Trump. Entonces, ¿por qué les votan, si tan malos y tiránicos son?, preguntaron sus alumnos al profesor Warde. Para responderles, éste buscó amparo en una sentenciosa frase de Homer Ferguson, un antiguo representante de la Cámara de Comercio norteamericana: «El mejor servidor del Estado es el peor. Un hombre de primerísimo nivel en el servicio público es corrosivo. Destruye nuestras libertades. Cuanto mejor sea y más tiempo permanezca en el poder, más peligroso es».

España no es ni mucho menos una excepción a esta peligrosa tendencia de la política internacional. Hace mucho tiempo, por desgracia, que nuestros mejores ciudadanos no están en política. Bien porque no se adapten a los métodos de los partidos o no coincidan con sus ideologías, bien porque no estén dispuestos a pagar en sus vidas privadas el precio que supone una presencia pública no dan el paso, dejando la primera línea a esperpentos como Alberto Garzón, Cayetana Álvarez de Toledo o Gabriel Rufián, por citar a tres de los extremos de la nueva caquistocracia que impera ya en muchas siglas y bancadas enteras del Congreso de los Diputados. Los peores, los más perniciosos e inútiles se están haciendo con el poder y deshaciendo en poco tiempo desde arriba lo que la sociedad española ha tardado décadas en montar desde abajo.