El estudio, la lectura, el acceso cibernético a informaciones de todo tipo, viajar y conversar son los medios más comunes que en nuestra época permiten la transmisión de los conocimientos y aumentar el bagaje de saberes. Estas actividades encuentran su desarrollo en escenarios sucesivos de instrucción y aprendizaje para toda la vida: la familia, la escuela, el colegio, el instituto y la universidad. Pero no son los únicos.

En mi caso personal, el contacto frecuente con compañeros y amigos de montañismo no sólo me permite disfrutar de la naturaleza, el esfuerzo, la solidaridad y el aliciente de los retos deportivos, sino también contrastar con personas de otras profesiones puntos de vista sobre los más variados asuntos. Me considero afortunado por la amistad que compartimos y lo enriquecedoras que me resultan esas tertulias impregnadas de espíritu montañero, en plena naturaleza, donde el cielo está más cerca y todo parece más pequeño y relativo.

Este final de otoño, intenso en salidas a la montaña, he coincidido por los hayedos ya nevados de Aragón y Navarra con un amigo entrañable, el profesor Fernando Múgica, que enseña sociología y filosofía en Pamplona. Al analizar con él los ideales de la juventud, recordamos que en la década de los 90, algunos economistas intrépidos como Mario Conde, Javier de la Rosa, Arturo Romaní o Manuel Prado y Colón de Carvajal fueron la imagen del éxito y la referencia que muchos estudiantes tenían como paradigma del triunfo social y profesional. Hoy, todos ellos, y otros que también están en la cárcel, son la demostración de lo evanescente que resulta el éxito basado en el enriquecimiento fraudulento. Pero tuvieron su imagen y crearon escuela. Basta recordar la brillantez del momento académico en que el rector de la Universidad Complutense, en presencia del Jefe del Estado, rendía pleitesía a uno de estos personajes...

En estos momentos, a mitad de la primera década del siglo XXI, sin duda debido a la vulgarización lamentable de gran parte de los medios de comunicación que emiten programas basura y excesivos contenidos del corazón , la referencia, el icono social para una gran parte de nuestra juventud no es otra cosa que el sector de la sociedad llamado ocioso, caracterizado por su alta capacidad de consumo ostentador. La enorme capacidad de gasto y consumo, en moda, viajes, fiestas, coches, barcos, fuera de las posibilidades de los ciudadanos normales, constituye su factor diferenciador de los demás grupos sociales.

La influencia de los medios de comunicación en las personas es tan grande, que ha llegado a suplantar los mecanismos de socialización primaria de los individuos, tradicionalmente a cargo de la familia y la escuela. Así lo vio el sociólogo Robert K. Merton al hablar de "socialización anticipatoria". La tele --viene a decir-- permite "vivir y experimentar" anticipadamente lo que nunca vivirás. La televisión, al campesino ecuatoriano que, en la sencillez y modestia de su vivienda le muestra la vida de California, las chicas rubias que nunca conocerá, el coche que nunca conducirá, le está anticipando lo que ni él ni sus hijos nunca podrán disfrutar.

Pero las bases de estas teorías sobre ocio, consumo y ostentación son más antiguas que la televisión. En 1899, un ingeniero de ferrocarriles noruego, Thorstein Veblen, emigrado a EEUU y posteriormente doctorado en Economía y Filosofía, publicó la célebre obra Teoría de la clase ociosa . En ella desarrolla sus tesis acerca del "consumo conspicuo" ligado al "ocio conspicuo". Se trata de un tipo de consumo de bienes o de tiempo que tiene un valor ostentador; intenta poner de manifiesto la diferencia, la distinción de una clase, que, sin embargo, tiene como efecto no querido, pero real, que las demás clases o grupos sociales lo conviertan en grupo de referencia para sus gustos, actitudes y escala de valores.

Por las mismas fechas --en 1900--, un gran filósofo alemán, Georg Simmel, publicó su monumental Filosofía del dinero . Con gran afinidad de puntos de vista, aunque no se conocía con Veblen, analiza el lugar preponderante del consumo como estilo de vida. Es la época en que se abren en Berlín los primeros grandes almacenes, que tanta importancia tuvieron y tienen en el consumo. Por lo tanto, tiene más de un siglo la clave de identificación social basada en el estatus (Veblen) o en el estilo (Simmel).

Cuando revisamos los grandes movimientos sociales de la Historia, es claro que fue la lucha de clases, derivada del trabajo como medio de producción, lo que inspiró a Marx en El Capital . Hoy, todos los gurús de la economía mundial insisten en que el consumo es, tanto como la producción, uno de los motores fundamentales de la actividad económica. Es el ocio, el deporte, las vacaciones, la ropa o la cultura. Esto nos ha llevado a conceptualizar como un icono válido la sociedad ociosa que consume ostentosamente, cuyo reflejo llevan a los altares los medios de comunicación convirtiendo sus manifestaciones y expresiones en las referencias del éxito.

Por ello, aunque sea tan utópico como Tomás Moro, creo que los padres, los educadores, los ciudadanos en una palabra, deben insistir en que hay otra escala de valores, fuera de la cultura de hedonismo y superficialidad, que sí son claves para ser personas. Los que Cajal resume en su deliciosa obra última Tónicos para la voluntad : trabajo, esfuerzo y honradez.

*Catedrático de Urología