El FMI tiene obsesión con las pensiones. Cíclicamente saca informes con un denominador común, reducir «la generosidad» de las mismas, como si el saldo final al que los jubilados se hacen acreedores no estuviera avalado por su aportación a lo largo de una vida laboral con un sistema acordado. Los que hoy pagan a la Seguridad Social lo hacen para cubrir las pensiones de los que hay o se incorporan al sistema, de la misma forma que esperan que cuando ellos lleguen a la edad de jubilación la masa laboral financie las suyas. Y en ese desplazamiento continuo se exige que los poderes públicos que organizan una sociedad sean capaces de definir un mecanismo que no puede cambiar las reglas del juego a mitad de partida, habiendo aceptado los ingresos del cotizante, pero no garantizando los que este recibirá al final de su vida laboral. Hay un problema de equilibrio, seguro, pero resulta chocante que siempre que el FMI recomienda, como en su último informe El futuro de los ahorros: el papel de las pensiones en un mundo que envejece, oriente sus sugerencias al retraso de la edad de jubilación --en los nacidos a partir de 1990, hasta en cinco años, dice ahora-- y con eso se cubriría la mitad de la brecha perdida con respecto a los actuales pensionsistas. La otra mitad, muy original, demanda que la ahorren los mismos trabajadores a razón de un 6% anual. Lo curioso es que no he visto ningún análisis del FMI poniendo a parir el esquema laboral y salarial que sufren esos jóvenes a los que les pide ahorrar cuando no pueden independizarse ni llegar a final de mes. Pero será que se me ha pasado. H *Periodista