Oportunos u oportunistas, lo cierto es que la gente de Podemos ha revolucionado las encuestas electorales, provocando muchas expectativas y más de un temblor de piernas. Su primer éxito ha sido lograr que haya calado su diagnóstico sobre la realidad del país; el segundo, y antes de poner a prueba sus dotes para la gestión, le llega rebotado de la ineficacia o los errores en las soluciones que otros ponen en marcha.

Pero quizá haya un tercero. Vistos como una formación claramente de izquierdas (aunque se definan como transversales), llama la atención que no hayan buscado una complicidad expresa en el sector cultural, considerado como progresista. Una alianza en la que desde la bodeguilla de Felipe González al grupo de la ceja de Zapatero sí se ha afanado el PSOE, aunque le haya supuesto desde siempre un chaparrón de críticas. Desde la de Sánchez Ferlosio en su temprano (y mítico) artículo La cultura, ese invento del Gobierno, de 1984, a la caracterización desmovilizadora que Guillem Martínez llamó Cultura de la Transición (CT); pasando por el reproche de Gregorio Morán de que de la resistencia se saltó al espectáculo, o el de Ignacio Echevarría, cuando sentenció que "se resolvió plantar un jardín en el terreno destinado a servir de campo de batalla".

El actual PP, sin embargo, poco ha aportado a este debate. Si exceptuamos a Russian Red, son escasos los apoyos públicos por parte de los artistas españoles. Ni siquiera Rajoy tiene una musa como Aznar sí tuvo con Norma Duval.

La cuestión es que la reciente polémica entre Joaquín Sabina y Pablo Iglesias, como otras similares desde IU y más allá, ha sacado a la superficie un escepticismo rabioso de los artistas/fetiche y quién sabe si cierto rencor residual desde que el horizontal 15-M rechazara abiertamente su apoyo. Es evidente que esta nueva forma de hacer política no repara en tendencias (ni postureos) y sí en la construcción cívica y social. Por el camino, reconforta toparse con la crítica espontánea de Amaral o el proceso en torno a una marea roja donde se habla de ética compartida y economía colaborativa. ¿Será verdad que la cultura volverá a ser de todos y de nadie? Periodista