La democracia es una planta difícil de cultivar, como demuestra la Historia. Necesita condiciones ambientales exigentes para echar raíces y constantes atenciones para crecer y dar frutos, mientras que bastan pequeños desequilibrios (sociales, políticos o de cualquier clase) para que se deteriore y corra grave riesgo de malograrse. Igual que casi todos los seres vivos necesitan oxígeno para seguir viviendo, la democracia precisa información clara y transparente para respirar. La información sería, por tanto, el oxígeno de la democracia, y la razón es sencilla: las decisiones en un sistema democrático se toman atendiendo a la voluntad de los ciudadanos, expresada con sus votos, pero el acto de votar es resultado de un proceso de formación de opinión: de la opinión pública y de las opiniones individuales que la conforman. Y, para que una opinión esté bien fundamentada, es indispensable la información previa porque, de lo contrario, no sería una opinión sino un prejuicio. De ahí la importancia del papel que históricamente han venido desempeñando los medios informativos en las sociedades democráticas. Imprescindible.

Históricamente, he dicho, porque es dudoso que ese papel lo estén desempeñando ahora. Salvando las honrosas excepciones de unos pocos medios, aferrados aún a su vocación informativa, la desinformación domina en el resto y en las redes sociales (entre paréntesis diré que ningún medio es realmente independiente, aunque hay motivos para confiar en la profesionalidad de muchos periodistas entre los que cuento, porque los tengo más cerca, a los del diario que acoge estas líneas). Voy más allá: se trata de una desinformación deliberada, estudiada, globalmente extendida y con objetivos tan bastardos como claros.

Hay muchas formas de desinformar, claro, pero una de las más frecuentes consiste en reiterar machaconamente determinadas noticias (las que interesan a los objetivos políticos del medio en cuestión), dar vueltas y más vueltas sobre ellas, conceder espacio a dimes y diretes, hasta hacerlas ocupar un lugar desmesurado que no solo tiene el efecto de provocar la reacción que se busca entre su audiencia, sino que de paso oculta por aplastamiento otras noticias que, desde su perspectiva ideológica, no son tan favorables aunque sean tanto o más relevantes que esa que tanto les ocupa.

Para comprobarlo basta con echar un vistazo a los medios más caracterizados políticamente (a un lado y a otro) durante las fechas anteriores al debate de investidura de Pedro Sánchez como presidente del Gobierno. Si lo hacen, comprobarán el peso abrumador que, en los de la derecha, ocupan las negociaciones entre el PSOE, Podemos y los independentistas de ERC, y cómo se arrojan (sin pruebas) gravísimas sospechas, prácticamente certezas, sobre las intenciones ocultas de unos y otros negociadores.

Pero la desinformación no es patrimonio exclusivo de la derecha porque, ante tales acusaciones, la respuesta de socialistas, podemistas y republicanos catalanes no ha sido poner un poco de luz sobre lo que se discutía, sino el silencio más absoluto, con episodios tan poco respetuosos con el derecho a la información de los ciudadanos como las ruedas de prensa sin periodistas y sin preguntas. Es cierto que aún no han llegado a las comparecencias en plasma que popularizó Rajoy, espero que no lleguen nunca.

Admitamos la conveniencia de cierta discreción mientras se negocia, pero presentar un acuerdo repleto de ambigüedades semánticas sin admitir preguntas que pudiesen aclarar asuntos que nos interesan a todos es, como poco, una forma muy restrictiva de entender la democracia… tal vez para no tener que explicar cómo ha pasado el señor Sánchez, de desvelarse ante la idea de gobernar con Podemos, a celebrarlo por todo lo alto. Y de qué forma ha llegado a contemplar el acuerdo con los independentistas como una posible solución al problema catalán, cuando hace pocos meses juraba que nunca pactaría con ellos.

Pero si miramos otros medios, más próximos a la izquierda, nos sorprenderá la amplísima cobertura ofrecida a una respuesta de Isabel Díaz Ayuso, la presidenta madrileña (del PP, por supuesto), durante una entrevista radiofónica. La señora Ayuso, haciendo gala una vez más de su enciclopédica ignorancia, dijo que la contaminación es inocua para la salud de los ciudadanos. Dos asuntos de gran importancia, la emergencia climática y la formación de Gobierno en España, pero fijados en unos y otros medios con un enfoque parcialísimo. Y explotados a conveniencia de cada uno.

El resultado podemos verlo en las conversaciones cotidianas, en la gente de la calle. Apenas hay ya intercambio de pareceres y lo que prima es la confrontación de puntos de vista irreconciliables. En este país (y en muchos otros, por desgracia) la mayoría se nutre informativamente con medios afines a su ideología y se deja desinformar por ellos con verdadero placer. Lo que hace crecer la polarización y, con ella, la falta de respeto al otro, fundamental en democracia.

Lo que explica, entre otras cosas, el lamentable espectáculo en el Congreso durante el Debate de Investidura, con insultos, descalificaciones, demagogia desbordada y ausencia de todo atisbo de racionalidad (especialmente en los grupos de la derecha, todo hay que decirlo). Si esa polarización, fruto de la desinformación, no estuviera en la calle, los ciudadanos se sentirían abochornados por sus representantes. Y ellos se comportarían de otra forma.

Pero, para eso, la democracia necesita el oxígeno de la información, seria y veraz.

*Miembro de ATTAC Aragón