Desde hace un tiempo me imagino a Pablo Casado mirando fijamente una calavera con la duda hamletiana permanente «¡ Pactar o no pactar¡, esa es la cuestión». Y es que a pesar de esa arrogancia en sus intervenciones, plagadas de descalificaciones, insultos, mentiras y desprecios sin ninguna propuesta constructiva, este hombre lo debe estar pasando mal.

Me explicaré, ser presidente del PP y tener como jefe en la sombra a un personaje como Aznar, que en plena duda le dice públicamente, qué tiene que hacer, cómo y cuándo debe levantarse de cualquier negociación, no es ninguna broma. Y si además el brazo ejecutor de las directrices aznaristas es una portavoz parlamentaria que va por libre, ¿qué le queda?

Aznar es el líder de la derecha de todas las derechas, condiciona y determina sus estrategias hasta el punto de que cada vez se parecen más. Y lo ha conseguido barriendo al sector más centrista del PP con la promesa de reconstruir el partido, recuperando a Vox y logrando la hegemonía cultural y política que él tuvo. De ahí que el presidente popular un día es pactista, al otro antisistema y al siguiente antediluviano.

Seguramente, agobiados y confinados en casa magnificamos los posibles pactos y mitificamos los de la Moncloa. Recuerdo como si fuese hoy el quiosco de prensa donde compré el libreto. La alegría de ver un texto firmado por todas las fuerzas políticas de entonces, que optaban por el reforzamiento de las libertades de expresión y prensa, ampliaban los derechos de reunión y manifestación, despenalizaban el adulterio y el concubinato, legalizaban los anticonceptivos y se comprometían a elaborar una Constitución. Poco duró la alegría en la casa del pobre, porque a cambio de todo ello los trabajadores íbamos a tener una rebaja salarial enorme y el comienzo de un proceso de reconversión industrial que duró casi diez años. Aquellos pactos conllevaban un fin compartido, la recuperación de la democracia. Hoy debería también haberlo con otros contenidos, recuperar la seguridad sanitaria y evitar el cataclismo del sistema productivo.

¿Son viables actualmente? Tan obvio es su necesidad como la dificultad que conllevan. Hay demasiado tacticismo y demasiada politiquería en el entorno de los mismos. Pasamos semanas dilucidando si mesa de partidos o comisión parlamentaria, si debe tener contenido fiscalizador de las medidas tomadas por la crisis o solo propuestas frente a lo que se avecina, si el color político del presidente de la comisión debe ser blanco, verde o colorao… Nos perdemos en el continente y no sabemos nada de los contenidos. Lo único seguro es que la economía está paralizada en todo el mundo, las previsiones en la destrucción de empleo y en el déficit económico son apocalípticas y las cábalas sobre el futuro que nos espera son peores cada día que pasa.

A favor de que se produzcan esta la mencionada realidad, el abrumador apoyo ciudadano a los mismos que reflejan todas las encuestas (más del 90%) y los previsibles acuerdos en la UE. ¿Podrán imponerse al «que se hunda España que nosotros ya la levantaremos» de Montoro en el año2010? Seguramente dependerá de lo que la Fundación FAES, es decir Aznar, determine.

Pacto social

Espero poco de los acuerdos en el Parlamento, por eso veo cada día más necesarios los avances en la negociación de empresarios y sindicatos. Las incertidumbres que la salida de la pandemia conlleva obligan a un gran pacto social. Primero porque los 3,2 millones de empleos destruidos en la crisis del 2008/13 fundamentalmente en el sector de la construcción y afines, pueden superarse, afectando a casi todos los sectores, excepto al primario. Y también porque aunque lo legislado hasta ahora garantiza una malla social amortiguadora de la caída de actividad, hay que prever una reactivación escalonada que garantice la salud y la prevención de riesgos. Hay que evitar la destrucción de empleo con medidas pactadas en sectores a través de la negociación colectiva. Los ajustes derivados de la reducción de ingresos en las empresas deberían conllevar casi casi un pacto de rentas hasta la normalización, previendo la garantía del empleo como objetivo central.

Los interlocutores sociales tienen el reto de acordar una salida operativa y ajustada a las necesidades de los trabajadores y las empresas que evite el tradicional ajuste de la actividad con despidos y permita una gradual recuperación. Su credibilidad también está en juego.

Dejar en manos de la derecha la salida de esta crisis es tanto como darle un rascador de queso a un mono.