Salimos a los balcones por las noches a aplaudir a los sanitarios, a los trabajadores en la cadena alimentaria para reconocer su trabajo y su exposición, pero también nos aplaudimos a nosotros mismos. Necesitamos un desahogo, un respiro, recuperar la sensación de comunidad que el aislamiento va diluyendo. Nos animamos a nosotros mismos sabiendo que los otros están ahí y cumplen el confinamiento como tú, compartiendo la responsabilidad colectiva.

Pero fuera de estos minutos de expresión emocional, el silencio es el dueño del ambiente. Los movimientos y tareas permitidas se hacen con cierta gravedad, el desasosiego es íntimo. Ya sabemos que compartimos las mismas dudas sobre la amenaza de la epidemia y de nuestra capacidad de aguante ante estas medidas excepcionales, así que para qué vamos a añadir al otra más incertidumbre.

De repente, un vídeo viral de una niña pequeña golpeando la puerta queriendo salir a la calle te devuelve a la sensación de ahogo, y se revela como un rito de iniciación para una generación que empieza en un mundo nuevo en crisis y de vulnerabilidad permanente. Es también una prueba de fuego para las generaciones intermedias, aquellos niños sobreprotegidos, que con la crisis del 2008 ya despertaron a la dureza de la nueva realidad, y son los más acostumbrados a vivir en turbulencias. Ellos contienen sobre todo el temor al futuro mientras que las personas mayores están protegiendo su presente, y esa es la prioridad sobre la que ocupar nuestras fuerzas.

No nos fijemos en las excepciones de los que no cumplen o en los desacuerdos. No nos distraigamos, no hay tiempo que perder como dice el alcalde de Madrid, Martínez Almeida. Somos un país en marcha, confinado, pero en funcionamiento. No removamos la indignación o tratemos de buscar culpables, sino que cumplamos las órdenes sanitarias transmitidas con transparencia y mantengamos la tensión, como pide Fernando Simón, si no el esfuerzo de los primeros días no habrá servido para nada.

Esta restricción temporal de las libertades nos llevará a revalorizarlas cuando vuelvan. La continua atención de la ciudadanía a la información de los expertos aumentará la presión sobre la necesidad de la inversión en ciencia y tecnología para ser una sociedad más anticipativa frente a los nuevos riesgos. La actuación exitosa de un Estado colaborativo, sin caer en el riesgo de monopolio, ayudará a recuperar el prestigio de las instituciones públicas y servirá de muro a los crecientes populismos. Estamos en pie, por todo el tiempo que sea necesario.