Reconozco que nunca me han caído bien los pájaros, los de cualquier especie (incluso humana). Y, por tanto, no soporto a las palomas. Me gustan los pájaros que vuelan alto y surcan los cielos con su fabulosa aerodinámica; pero las palomas que invaden las ciudades son como ratas con alas, transmiten infecciones y dejan sus detritus por doquier. Además, cada vez vuelan más bajo y si te descuidas con su vuelo rasante te pueden clavar el pico en la frente o en un ojo. Me recuerdan a la mítica película «Los pájaros» de Hitchcock. En la que una atemorizada Tippi Hedren era atacada por bandadas de pájaros enfurecidos.

En Zaragoza hay censadas 12.000 palomas, según el Instituto de Salud Pública. Y la ciudad está preparada para soportar entre 6.000 y 7.000 aves revolo-teando por sus calles, plazas, balcones y terrazas al sol beatífico de la cercana primavera. Una sobredosis que se debe controlar. Porque a pesar de la imagen idílica de la paloma de la paz, inmortalizada por Picasso, las palomas no son tan encantadoras como las pintan. Hace muy bien el Ayuntamiento en tomar medidas para evitar plagas urbanas totalmente evitables, solo con hacer cumplir la ordenanza municipal que prohibe dar de comer a las palomas y a los gatos, porque este simple hecho atrae a las ratas. Y ya tenemos el circulo completo: palomas, felinos y ratas, creando focos de suciedad y problemas serios de salubridad.

No debe haber condescendencia alguna con estas colonias de animales que transmiten la tiña, la superpoblación de no tan inocentes palomas y las ratas que siempre surgen donde la suciedad aflora y hay restos de comida. En la ciudad hay focos peligrosos en la ribera del Huerva, en el Canal, en la plaza del Pilar o del Portillo, y en la salida del parque Pignatelli subiendo hacia Torrero. Sin olvidarnos de las colonias felinas que se han adueñado del Museo Romano. Una vergüenza para los turistas que nos visitan y para los nativos que ya no osamos transitar por las ruinas arqueológicas donde el contagio de tiña es un riesgo.

Y aunque los servicios públicos traten de desinfectar de vez en cuando, de nada sirve ante el índice de natalidad de los felinos urbanos y bien alimentados por la ignorancia de personas sin talento.

Menos mal que el alcalde Azcón ha dicho basta de tonterías con el amor enfermizo a los animales y la defensa irracional del movimiento animalista, cultivado por el anterior Gobierno de Zaragoza en Común, dejando hacer y mirando para otro lado (todo por rascar algunos votos más en campaña). Se acabó con esta milonga animalista cuando la salud de los ciudadanos puede verse afectada. Para más información les aconsejo leer el acertado reportaje de Carlota Gomar sobre el tema publicado en EL PERIÓDICO DE ARAGÓN el 8 de febrero en páginas centrales. Dicho lo anterior, yo que amo los animales y en mi familia hemos tenido perro durante 17 años, incluiría en las futuras medidas mano dura con los excrementos en la calle y la total impunidad de sus dueños. H *Periodista y escritora