Ya no será tan sólo George W. Bush quien, al mirar de reojillo, vea un bigotillo. También lo verá, a su derecha, Rajoy. Será, no sé si para su suerte o desgracia, el mismo bigote escarbado, con denominación de origen, que un día, en nuestra última guerra, representó al espadachín español.

José María Aznar, el propietario de esta facial seña de identidad, no sólo no se va, sino que permanece. El pequeño Napoleón iba a volver a la militancia de base, al anonimato, quién sabe si a la Delegación de Hacienda, pero aquellas promesas, formuladas con la boca pequeña, de bigote para adentro, no debían ser del todo ciertas. Ahora lo hacen presidente de honor del PP y él, claro, arrastrado por el clamor de sus huestes, se entrega a este nuevo sacrificio con la misma disposición de servicio a España. Presto a seguir y, si en un momento determinado la situación del país así lo reclama, a presentarse de nuevo.

Pobre Mariano. Entre el padre Fraga y el hijo, se va a quedar de espíritu santo, palomica blanca entre voraces gaviotas. Uno entre tres, a recaudo del bigote y del báculo compostelano, maniatado, cautivo, a la espera de ser revelado. Camino del bluf, y, si no levanta el vuelo, como en la jota, de un rápido olvido.

Hasta hace nada era Zapatero, con su iluso perfil, el pelele del circo político, la paloma entre los cuervos, el bambi entre las fieras, pero de pronto, como por arte de magia, las tornas han cambiado y hoy el niño de León se yergue en la babilónica torre de Moncloa, dueño del diálogo y del pacto, y de las plurales lenguas de las marcas. Luminoso y sereno bajo el manto de la suerte, bajo la protección del gobierno, mientras Rajoy toma las aguas en el geriátrico de Galicia o ve crecer a su vera la escobilla del tren de las meigas, la sombra del censor, el bigotillo.

Gracias a este don del destino, José María Aznar podrá seguir llamando a Bush desde un teléfono oficial, en lugar de hacerlo desde la cabina de la urbanización; tendrá cargo, sueldo, jefe de prensa, personal a su servicio, y a su disposición toda la materia gris de los asesores de FAES, esa fábrica de ¿ideas? con nombre de planta automovilística desde la que seguirá suministrando munición ideológica, dogma, a la palomica de Génova. Podrá Aznar en adelante sugerir candidatos, aprobar listas, apuntar la conveniencia de entrar en alguna de las nuevas guerras del futuro, y podrá, desde luego -y, sin duda, lo hará- desenterrar de nuevo el hacha del Ebro, aquella espina que se le quedó clavada. Podrá Aznar, desde su presidencia honorífica, mantener unida y a cubierto su pretoriana guardia de hombres y mujeres formados a los pechos de las esencias patrias. Mayor Oreja, Loyola, Rudi, Acebes... Un cuerpo político de élite dispuesto a arrojarse sobre el pobre Mariano, o sobre el oportunista Gallardón, en cuanto el jefe dé la más mínima señal.

Tricéfala, aún herida por el 14-M, la hidra conservadora agitará sus espantajos en un crescendo de vestiduras rasgadas y hecatombes previstas. El terror avanza, dirán, y la disgregación territorial, sin que nadie ponga freno a las pateras ni a la arrogancia de Carod. Y así hasta que un bigote, siempre a nuestro lado, nos salve en el año de la Expo.

Pobre Mariano.

*Escritor y periodista