La muerte del criminólogo Francisco Pérez Abellán me sorprendió lejos y no pude asistir a su funeral, como habría querido. Periodista de raza, fue un maestro en el arte de narrar el suceso y elevarlo a la categoría de arte literario. Su rigor en cualquier investigación era siempre ejemplar: fatigaba y abría viejos archivos, incluso féretros (el del general Prim), y rebatía la verdad oficial a la luz de los descubrimientos de la ciencia. Como escritor, combinaba como nadie la razón y la claridad. Como orador, fue uno de los mejores que he oído.

Me enteré de su fallecimiento por la red, justo cuando estaba leyendo a Carrère, una novela titulada El adversario, en la que el autor francés se inspiró en hechos reales, en la vida de un asesino, Jean Claude Romand, quien en 1993 acabaría con su mujer, sus padres y sus hijos, tratando de darse muerte él mismo y cerrando su juicio con cadena perpetua. Carrére, a quien se ha comparado, injustamente, con Truman Capote, intenta aproximarse al criminal, a su alma, para explicarse y explicarmos sus móviles homicidas, el secreto de su perturbación e impostura (Romand fingía otras personalidades). Se acerca a él, como a Limónov, otro asesino que también fascinaría al impresionable Carrère, y cuya alma tampoco conseguiría desentrañar. Pues los esfuerzos de Carrère, sofisticados, con ese sentido de la vanguardia tan francés, se empantanan en dudas que no solo no resuelven, sino que generan otras nuevas...

Pérez Abellán, en cambio, creía en el bien y en el mal. Después de tratar a bastantes más criminales que el amigo Carrère, concluyó que la única manera de combatirles era con la educación y con la ciencia. Luchando siempre contra el delito, previniendo, impidiendo --antes de que fatalmente se produjesen--, los zarpazos del mal, y aprendiendo de cada fracaso para renovar la lucha policial, legal y social contra el avance de la delincuencia y la criminalidad. Abellán no creía en explicaciones ni justificaciones intelectualmente apasionantes de la maldad, ni en cromosomas mágicos, sino en circunstancias, en los hechos, en la cadena causal. Su obra, que quedará entre nosotros, es un canto a la modernidad y racionalidad de la nueva criminología.