Nos recuerdan cada día que estamos en una situación extraordinaria. Y no es para menos: los ciudadanos hemos perdido, en gran parte, la libertad de ejercer nuestra voluntad por estar recluidos en nuestras casas. El bienestar sanitario es prioritario. Lo acatamos porque la vida de los nuestros es un bien que vale más, incluso, que la libertad.

El estado de alarma prorrogado otros quince días más por el Gobierno de España, después de unos quince aún sin cumplir, otorgan al mismo Ejecutivo un poder casi absoluto sobre las decisiones del país. Todo está en manos del Gobierno de Sánchez.

Este es el fiel relato de lo que acontece en nuestro país. Hay un virus que nos acecha con tremenda virulencia y solo cabe responder con la misma intensidad desde los poderes del Estado. Somos todos los ciudadanos conscientes. Lo entendemos.

Sin embargo, en estas circunstancias tan inéditas cabe hacer un ejercicio aún más reforzado del control al poder. Y no me refiero a los tuiteros enfurecidos que necesitan un hilo de más de dos mil caracteres para expresarse. Ni tampoco de maldecir por la frustración de las cifras mortales con críticas gratuitas al Gobierno. No, ni mucho menos.

La ciudadanía analiza desde sus balcones la acción --o inacción-- del Gobierno de España, y del resto de gobiernos, durante la pandemia. Y la crítica de todo llegará, sin duda. Pero hay un control más firme que debe prevalecer.

Los periodistas no ejercemos nuestro trabajo con absoluta normalidad. Y por tanto, nos encontramos --también-- confinados en el uso de nuestra libertad para controlar al poder. Y ahora más que nunca, somos la fuente de alimento para generar pensamiento crítico.

Desde el inicio de la crisis, todos los gobiernos --nacional, autonómico y local-- han aprovechado para que todas las preguntas de los periodistas pasen antes por las manos de los jefes de prensa. Es un filtro incomprensible en otros países. Solo hay que ver las ruedas de prensa en Reino Unido, Francia o Alemania con la misma situación pandémica. La crisis nos golpeó a todos, y fuimos razonables con estas comparecencias tan inusuales. Pero esto no puede seguir así. Hay mecanismos tecnológicos para solucionarlo. Lo han hecho Pablo Casado o Inés Arrimadas: una rueda de prensa telemática sin el filtro de nadie. No es comprensible que se veten --o dejen de formularse-- preguntas que pueden ser clave en un momento tan crucial para el país.