Según Bruno Tertrais, en Europa desde el comienzo de la gran crisis iniciada en el 2011, de la que todos los años surge un nuevo capítulo, como la crisis de Grecia, del euro, de los refugiados, de los atentados terroristas, del brexit, observamos que los fantasmas del pasado que creíamos olvidados, se nos han presentado, para los que ni nuestras élites ni la sociedad están preparadas para asumirlos.

En la UE asistimos a una liberación de lo reprimido. Las referencias negativas al pasado de Alemania han irrumpido. Algunos medios satíricos muestran a Merkel con un casco puntiagudo o un bigote hitleriano. En 2016, Boris Johnson comparó el proyecto de la UE con el de Hitler. El pasado de Alemania se recuerda desde que Grecia manifestó sus quejas a Europa. Manólis Glézos, que descolgó la bandera nazi del Partenón en 1941, se convirtió en el diputado más conocido de Syriza. Tsipras señaló en 2016: ¿Europa quiere hacer pagar a Grecia? Perfecto, Alemania pagará, por todo el oro robado del Banco de Grecia, por los préstamos forzados y por las reparaciones, que llegan a 300.000 millones de euros. El embajador heleno en Berlín acaba de entregar en el Ministerio de Exteriores una nota emplazando a Alemania a satisfacer unas demandas, claves para el pueblo griego, desde el punto de vista moral y material.

Esa perversa nostalgia por la Historia se ha incrementado con la crisis migratoria. Nigel Farage, líder del brexit, se puso una corbata estampada con el Tapiz de Bayeux, que refleja la invasión normanda de Inglaterra en 1066. Mientras Turquía amenaza con abrir las compuertas, el griego, el serbio, el austríaco, el húngaro y el italiano se muestran como los nuevos guardianes de la Europa cristiana y blanca. Jean-Marie Le Pen eufórico ¡Yo soy Carlos Martel! Su hija Marine compara la llegada de los refugiados con las invasiones bárbaras del siglo IV. Italia, que tuvo a Gasperi y Spinelli entre los fundadores de otra Europa tras la hecatombe de la II Guerra Mundial, tiene a Matteo Salvini, que cita a Mussolini y ataca al papa Francisco por su apoyo a los inmigrantes. Durante las negociaciones con Turquía para acceder a la UE el titular de un semanario austriaco: ¡Los turcos a las puertas de Viena! Y un auténtico descerebrado en el Parlamento europeo: «Sin las Navas de Tolosa, Lepanto y Carlos V todas las señoras de esta sala vestirían el burka». En definitiva, observamos cómo a Europa su historia trágica del siglo XX se le echa encima, ya que su proyecto europeo se está resquebrajando.

A su vez, los nuevos nacionalismos de Europa del Este juegan peligrosamente con la Historia. En los países bálticos la guerra no acabó en 1945, sino en 1991, y el pasado se mezcla con el presente. Ahora la amenaza se llama Putler, (Put) in + Hit (ler). Y son irresponsables con el genocidio judío, borrado por la ocupación soviética. Según Maciek Wisniewski, en la liquidación del gueto en Kaunas -el centro del nacionalismo lituano y la capital en el periodo entreguerras- los más ardientes perpetradores fueron los lituanos: en uno de los episodios más nefastos (la masacre en los garajes Lietükis) un grupo de judíos fue ejecutado públicamente con bates y varillas de acero, mientras los nazis miraban y sacaban fotos; tras apalear a una docena de hombres uno de los verdugos se sentó en la pila de cuerpos, agarró el acordeón y tocó el himno nacional. Era mucho más de lo que Hitler hubiera imaginado.

En Polonia, la legislación aprobada en 2006 penaliza la difamación de la nación. El expresidente Jaroslaw Kaczynski puso en marcha una política de memoria para potenciar el heroísmo de los polacos y prohibir toda referencia a los «campos de exterminio polacos». De la Masacre de Jedwadne (1941), hoy el presidente del Instituto de la Memoria Nacional, Jaroslaw Szarek, niega cualquier responsabilidad polaca, cuando ya fue demostrada por el historiador Jan T. Gross.

En Hungría, el nacionalcristianismo de Orban también coquetea con el revisionismo, borra el colaboracionismo y se desvincula de la deportación de los judíos. Añora la restauración del Imperio austro-húngaro. Y si alguien ignora el drama de la partición del Imperio y no apoya a los jóvenes húngaros o está en contra de la doble nacionalidad (una propuesta de Budapest a los antiguos súbditos del imperio desde 2004), no es una persona decente, en la línea de Putin para el cual quien no se arrepiente de la pérdida de las antiguas repúblicas soviéticas no tiene corazón.

Los separatistas europeos, ante la posibilidad de una desintegración de la UE, rememoran sus batallas históricas; en Cataluña la derrota de Barcelona de 1714; en Escocia la victoria de Bannokburn en 1314.

En Francia los dos agujeros negros de su historia reciente, Vichy y Argelia, han sido tema tabú. A pesar del continuo cambio en los programas de Historia, también está retornando la Historia patriótica. Los candidatos a las presidenciales del 2017 fueron acosados con referencias a mitos nacionales como los galos y el bautismo de Clodoveo. Esta visión heróica de la Historia es grotesca, como cuando un político de derechas quiso repatriar el anillo de Juana de Arco o un diputado presentó un proyecto de ley para que la república se disculpase con los Reyes de Francia por haber profanado sus tumbas en 1793. Y en nuestra Tierra Noble la obsesión por los panteones reales.

*Profesor de instituto