Quien puede y debe acaba de sancionar que las aceras son para los peatones, en contra de lo apuntado en las ordenanzas municipales zaragozanas. Piénsese lo que se quiera, parece que, finalmente, se ha impuesto el sentido común y así el ciudadano que desee pasar de la acera de los pares a la de los impares en Fernando el Católico, por poner un ejemplo, no tendrá que mirar a su izquierda y derecha para sortear bicicletas primero, coches después y acto seguido el tranvía justo cuando deberá volver a girar la cabeza a derecha e izquierda para evitar bicicletas, tranvía y vehículos una vez más, y si tiene la fortuna de haber logrado su objetivo no toparse con la bicicleta de turno (por delante o detrás). Sabedor de cómo se las llevan muchos ciclistas de última hora, me apresuro a decir que jamás he tenido carné de conducir y consecuentemente coche, y de paso también que de siempre he sido ciclista inveterado, cuando la acera estaba prohibida y sufríamos los desvaríos de los prepotentes conductores de motos, coches, camiones y autobuses. Defiendo una ciudad para las bicicletas, pero sobre todo para los ciudadanos, no para una minoría de impresentables que por montar sobre dos ruedas sin motor hacen de la ciudad un sayo con el que asustan e imponen sus santísimas ganas. Carriles bici todos los que haga falta; espacios para ciclistas, también. Pero sin olvidar que la ciudad es un espacio privilegiado para el peatón, andarín, paseante o corredor de a pie, lo que todos somos en muchos momentos de nuestras vidas.

Profesor de universidad