Los humanos no somos propiamente ecológicos o por naturaleza. Quiero decir que no hay en ella una reserva como sucede con las plantas y con los otros animales, que arraigan o se mueven dentro de ella según su especie. No ha lugar para nosotros, las plantas de los pies no tienen raíces. Pero esta imperfección o carencia, este descuido natural no es más que expresión de la supremacía humana sobre todas las especies. Lejos de estar al cuidado de la madre naturaleza es esta la que depende de nuestro cuidado. Y si no ha lugar para nosotros en ella es porque podemos y debemos vivir donde queramos siempre que seamos capaces de vivir y convivir como nos plazca, de hacer para nosotros un mundo y levantar una casa donde parecía imposible. No en cualquier sitio y sin pensarlo dos veces, sino después de elegirlo entre otros y destacar-lo entre todos.

Ahora bien, «destacar» es clavar una estaca literalmente. Por extensión -para zanjar una cuestión por ejemplo y salir de dudas- puede significar imponer algo con violencia desde lo alto. Dando un puñetazo sobre la mesa, poniendo sobre ella los «atributos», las pistolas o lo que sea. Este golpe de gracia es por desgracia muy frecuente. El poder solo cede ante otro poder igual o superior. La democracia es la alternativa... si hay demócratas. No es suficiente una democracia de mercado donde manda la mayoría de clientes. Sin la libertad de expresión y su ejercicio razonable sin hablar y escuchar : sin conversar y convivir, es capador el que más chilla.

Los antropólogos sociales o culturales, como es el caso de Mircea Eliade, han descrito las culturas en cada caso como la creación de un mundo construido a partir de un centro destacado o al rededor de un eje que une el suelo con el cielo simbólicamente. Construir una casa es en las culturas tradicionales lo mismo, es comenzar a partir de un centro destacado y levantar los muros alrededor.

De aquel rito quedan reliquias como las torres y los zócalos en las plazas, como banderas o cruces en el centro de las poblaciones, y las fiestas destacadas en el tiempo.

Pero con todo respeto y sin traicionar la tradición, salvando lo que hay que salvar: el corazón, el recuerdo y el acuerdo, tengo que decir sincera y francamente -sin cera en los oídos ni pelos en la lengua- que prefiero la plaza a la estaca y sin estaca. Un espacio abierto, accesible a todos, y para hablar con todos. Pero no crean, en ese espacio se salvan las condiciones de posibilidad del diálogo que no son discutibles. Y eso es lo que queda -eso creo- de aquel centro destacado: la presencia de su ausencia. La cara y la palabra, la convivencia libre y responsable.

La columna de la Virgen -el Pilar- en la ribera del Ebro es la afirmación sin duda alguna, como la estaca. Pero hoy en día los fieles son libres y no menos los que no creen. Ni tampoco más. Eso creo y eso espero. Eso quiero para todos y todas. ¡Viva la libertad responsable! Y felices fiestas.

*Filósofo