Es legítimo que los portavoces de los partidos políticos interpreten la realidad según los códigos de los fanáticos, de las madres y de los enamorados, pero creo que deberían añadir algo de finura y cuidado en el momento de proyectar sus opiniones a los demás. Mi madre, por ejemplo, piensa que soy el tío más listo del mundo, pero no anda por ahí diciéndolo en voz alta. Estoy convencido de que mi yerno cree que mi hija es sensacional y maravillosa, pero no va dándole la paliza con ello a sus compañeros de trabajo. En fin, a mí me puede gustar que gane el Real Zaragoza, pero me produciría pudor declarar que es el mejor equipo de la Liga.

Los portavoces, en cambio, son muy impúdicos. Me cuesta creer que un diputado español y dos diputadas holandesas lleven a cabo un fatigoso viaje hasta Cuba para que los despachen. Y que todo ello sea una maquinación del PP me cuesta aceptarlo, porque no pensaba yo que el PP español tuviera tanta influencia en los partidos políticos holandeses. Asimismo, no creo que a los tres diputados les hayan despachado por la política exterior de este Gobierno, tal como interpreta el PP, porque no veo la relación que pueda existir entre la política exterior de este Gobierno sobre Cuba y que en Cuba no dejen entrar a dos diputadas holandesas.

Está claro que un político no es Proust, y debe dejar de lado los matices para intentar mensajes concisos. Está claro y es necesario, incluso. Pero los mensajes claros no tienen por qué ser falsos, embusteros, arteros y falaces. Sobre todo, cuando la falsedad, el embuste y la falacia son tan sencillos de comprobar. Eso no produce adeptos ni para unos, ni para otros, sino desprestigio para todos. La política debe ser un ejercicio noble y necesario, no una carrera de charlatanes para obtener el primer premio en mendacidad. Y, quien con tanto desparpajo emplea los instrumentos de manera inadecuada, está sembrando abstención y descrédito.

*Escritor y periodista