A la ya larga galería de monstruos políticos censados en América del Norte, del Centro y del Sur hay que sumar a Manuel López Obrador, presidente de México. Sus declaraciones sobre el asesinato y descuartizamiento de la niña mexicana Fátima, de siete años de edad, atribuyendo su tortura y muerte «al sistema neoliberal» entran por derecho propio en el bestiario de las ideas, en el zoológico de líderes bananeros.

Obrador, un político intelectualmente infradotado, ya lució su particular análisis de la historia arremetiendo contra los conquistadores españoles, a los que atribuyó un holocausto indígena, y cuantas maldades inspiradas por su supuesta codicia y crueldad inventariaron los creadores de una leyenda negra que, gracias a divulgadores como el presidente mexicano, continúa destilando odio contra España. Pero Obrador no sólo aborrece lo español como origen de los crímenes del pasado; también, como imaginario origen de los asesinatos de hoy, como el de Fátima, todo lo que le suene a neocapitalismo.

Según Obrador y Vox, a las mexicanas y españolas no las matan los hombres

Así, atribuyendo al feroz capital la oleada de crímenes que sufre México, a las potencias extranjeras la expansión de sus bandas de narcos, a los mercados de la droga la inseguridad, casi la anarquía que padece buena parte de su país, Obrador imita a los avestruces, escondiendo la cabeza para no ver la realidad, el inminente peligro de un pueblo desesperado que se le echa encima por su propia soberbia e incapacidad como gobernante.

Los extremos se tocan y en su negacionismo viene a coincidir Obrador con Vox cuando éstos niegan la violencia machista, los feminicidios o el maltrato en un 90% procedente del varón. Cada uno en una punta del arco ideológico, Obrador y Abascal se tienden la mano y un tupido velo para ocultar la verdad a los ojos de los mexicanos y españoles. Según ellos y sus portavoces, a las mexicanas y españolas no las matan sus parejas o ex parejas, sus maridos o novios, sino fuerzas neoliberales o intrafamiliares conjuradas para socavar el orden social.

Cuando la locura se apodera del poder, sólo queda esperar que el poder de la palabra, la experiencia y el conocimiento lo sanen, pero en los citados casos la demencia política parece muy avanzada.