El 2019 va a ser un año trepidante. Inflación de elecciones en mayo, posibles elecciones generales en mayo u otoño y, sobre todo, el juicio contra los separatistas catalanes, que será televisado en directo. ¿Quién da más? Ojalá todo sea riguroso y no se convierta en espectáculo.

El juicio va a constituir un test de la democracia española ante Europa y el mundo, especialmente de su sistema judicial, puestos ambos en entredicho por el agit-pro catalanista, y que van a ser observados con lupa televisiva. De momento, ya han dicho los reos y su maquinaria propagandística que si la sentencia no es absolutoria esto no es una democracia; que están convencidos (antes de empezar) que va a ser un juicio injusto; que la sentencia ya está dictada. ¡Vaya manera de empezar!

Ha habido muchos comentarios, demasiados, por parte de todas las instancias nacionales. Cierto que las internacionales han sido mucho más respetuosas que nosotros mismos para con nuestro sistema judicial y político. A los españoles nos gusta mucho pontificar. Casi me atrevería a decir que cuanto más leguleyos somos en la materia más hablamos sobre ella. No hay más que ver las tertulias televisivas. Pero hasta ahí casi todo podría ser considerado como normal. Lo más notable es que cuando ves las caras de los contertulios puedes adivinar lo que van a decir sobre el asunto. Pongamos que hablo de Venezuela, por ejemplo. O de Cataluña.

En el fondo, el juicio contra los separatistas es algo tan sencillo como que unas cuantas personas, aprovechando su posición política y/o social, han cometido una serie de supuestas ilegalidades, graves según el auto judicial, por las que van a ser juzgadas. Hasta ahí todo normal. Quizás lo más raro ha sido el encarcelamiento de los investigados durante tanto tiempo previo al juicio. Pero si tenemos en cuenta la gravedad de las acusaciones y, sobre todo, que unas cuantas personas, acusadas de lo mismo, han huido de la justicia y del país, estamos ante una medida prudente y proporcional.

Pero, por deformación profesional, mi ventana mira hacia el porqué de esa conducta separatista. Por qué las autoridades de una región española, posiblemente la más privilegiada de todas, pone en peligro su estatus por no se sabe qué futuro mejor. En contra de todo el país y de, al menos, la mitad de la región catalana. Cualquier mente que funcione normalmente no ve ganancia alguna en esa operación. Entonces habrá que hacerse la pregunta clásica ¿cui prodest? (a quién beneficia) tal operación. Indudablemente, a los impulsores de la misma. Y no a todos, porque a ERC no lo veo tan claro, pues siempre han vivido con su ideario independentista y les ha ido bien. Han mantenido una situación, si no de privilegio, si muy digna electoral y políticamente. Sin embargo, a la burguesía de derechas, la antigua Convergencia, este salto hacia adelante les ha tapado, de momento, todas sus corrupciones y sus consecuencias judiciales. ¿Desde cuando han sido separatistas los convergentes? Nunca hasta hace unos pocos años. Hay un montón de citas pujolianas del gran papel de Cataluña en la gobernabilidad del Estado español. Cobrando, claro. Colectiva y personalmente. Como dicen que decía el abuelo Pujol, para cuando la política se acabe o para cuando vengan mal dadas.

Otra pregunta es ¿por qué tanta gente, que ni les va ni les viene en este negocio, se deja engatusar? Aquí ya funciona la literatura pseudohistórica, épica, romántica y litúrgica. El gran relato catalán intenta, cual guiñol infantil, rememorar y profetizar las grandes epopeyas catalanas, las de antes y las futuras. Y de la falsedad de esto, los aragoneses sabemos algo. Porque los nacionalismos, aparte de exclusivos, son excluyentes. Son el nuevo pueblo de Israel elegido por los dioses para marcar la senda y el horizonte. No hay nacionalismo sin víctimas, interiores y exteriores, o sea, catalanas y españolas.

La penúltima noticia es que ERC ha entregado en el Registro del Congreso una enmienda a la totalidad a los presupuestos del gobierno, que mantendrá a no ser que el Gobierno «desjudicialice el proceso». ¿Es una táctica para luego retirarla? ¿Táctica de quién, de ERC o de Sánchez? ¿O de ambos? ¿Es la antesala del adelanto electoral? Porque la última es la aceptación gubernamental de un «mediador» o «relator» o lo que sea en la (s) mesas (s) de negociación entre Cataluña y España. No voy a ser apocalíptico en mi comentario pero el apoyo al triunfo del relato separatista es muy elocuente. En esta batalla, porque es una batalla, ya que los nacionalismos siempre son guerreros, la guerra de los relatos es muy importante.

Fatiga el hecho de estar constantemente adivinando las intenciones ocultas que hay detrás de las palabras de nuestros políticos. Pocos hechos y muchas palabras equivalen a publicidad. ¿Es mera publicidad la política que se hace? Desde mi ventana se ven pocos políticos que hagan propuestas de futuro. El mundo cambia vertiginosamente y la política española sigue estancada. La izquierda tiene que volver a redescubrir la política en el sentido más profundo del término: las grandes ideas, los grandes proyectos, los grandes debates. La izquierda debe volver a encarnar grandes aspiraciones colectivas. Pero para ello hay que buscar la buena perspectiva desde la que mirar. Y desde allí reflexionar. Con humildad y sin aspavientos. Porque, tras la muerte de Dios, los políticos han querido ocupar su lugar. Y así vamos a peor. Dios era más dios.

En el fondo, la gente solo pide que le dejen vivir. Su vida la pone él. ¿Tan difícil es comprender esto? Quizás el político debería preocuparse menos de la gente y más de sí mismo. Quizás así todos nos enteraríamos de quiénes son realmente. A los políticos se les debería juzgar por lo que son y no tanto por lo que hacen. De esta manera podrían dedicarse al ser, y, siendo, estarían posibilitados para hacer algo importante. La hiperactividad es una estafa. Incluso me atrevo a opinar que deberían estar prohibidas las reuniones o concentraciones de masas. El hombre en masa se diluye. El hombre que se dirige a las masas no habla, grita. Sus palabras son huecas y solo sirven para excitar o amansar, nunca para comunicar.H

*Profesor de filosofía