El recién clausurado Congreso del Partido Popular sólo ha servido para ratificar que el ratificado Mariano Rajoy se parece más a José María Aznar que a Alberto Ruiz Gallardón; que es un líder continuista y rutinario, descentrado por la servidumbre a los pesados y pasados ideales de la derecha, y que, al margen de los vaivenes de la ruleta electoral, no será innovación o vanguardia lo que en principio quepa esperar de él.

El Congreso ha servido también, secundariamente, para demostrar que el PP-Aragón pinta menos en Madrid que Pichorras en Pastriz. Rajoy, por supuesto, accedió al posado fotográfico con Gustavo Alcalde, a fin de reforzarle un poco de cara al Congreso regional. También, sin demasiado interés, pero siempre respetuoso con la tradición, preguntó a Luisa Fernanda Rudi si ella tenía algún interés en acceder a la Ejecutiva; "Hombre, yo..." parece que repuso, alarmadísima, la expresidenta de la Cámara de Diputados, quien finalmente, y no sin alguna duda, ingresaría en el comité junto a otros clásicos, Mayor Oreja, Federico Trillo, y tal. Finalmente, Rajoy designó a un tercer político aragonés, Domingo Buesa, como miembro de la Junta Nacional, un organismo numeroso e irrelevante, sin la menor capacidad ejecutiva, pero que sirve para crear una ilusión participativa y social, e ir haciendo cantera.

Esta nominación de Buesa se ha interpretado en clave de designación interna, y algo de ello, en efecto, puede haber. Hace tiempo ya que el decimonónico, protocolario y ultracatólico protegido de Elías Yanes, de Rudi y Pizarro, entre otros popes, intenta abrirse paso hacia la candidatura municipal, en detrimento de José Atarés. El índice de don Mariano podría señalar hacia nuestro Chesterton local (pero sin vena humorística) para medirse contra Belloch en las municipales zaragozanas de 2007, pero para ello alguien tendrá antes que hacer desaparecer políticamente a Atarés, y lograr que dicha operación parezca un accidente capaz de confundir al mismísimo Padre Brown.

Buesa, por sí mismo, como hombre culto e inteligente que es, y ciertamente experto en clavar codos y oscurecer con su oronda sombra el brillo de su jerarca inmediato (recuérdese el poco cristiano calvario de Bielza, cuando el reverendo Domingo era su director general en Cultura de la DGA), bien podría ligar esa intriga a despacho cerrado, pero su acoso y derribo a Atarés deberá pasar por la batalla abierta en el frente de las elecciones provinciales, y ahí, en ese mantel de alcaldías rurales, de ternascos y jotas, la correosa gente de Atarés, menos fina, pero más somarda y real, le tenderá celadas. Podría darse el caso de que Atarés se mantuviese ahora como presidente provincial del PP, pero tuviera que ceder más adelante la candidatura a la plaza del Pilar.

La pugna, en cualquier caso, está asegurada, como seguramente la atmósfera del grupo municipal zaragozano del PP seguirá siendo irrespirable. Alcalde, muy debilitado por la espiral de disgregación interna, no acaba de acertar a apagar los fuegos, como tampoco sabe o quiere hacer callar a sus colegas valenciano y murciano, Camps y Valcárcel, en sus incesantes demandas del trasvase del Ebro. Un objetivo al que tampoco ha renunciado Rajoy.

*Escritor y periodista