Ya de 1985 es el libro Hegemonía y estrategia socialista. Hacia una radicalización de la democracia de Ernesto Laclau y Chantal Mouffe. Ambos dieron lugar a la corriente filosófica del posmarxismo, que repiensa la herencia del marxismo, en base a los movimientos sociales surgidos en las décadas anteriores. Los objetivos del libro, son, uno, político; el otro, teórico. En cuanto al primero: reformular el proyecto socialista para responder a la crisis del pensamiento de izquierda, en sus versiones comunista y socialdemócrata. Crisis causada por la irrupción de los movimientos sociales a los que ni el marxismo ni la socialdemocracia supieron darles respuesta. De ahí el segundo: un enfoque para entender los movimientos que no tenían nada que ver con la lucha de clases, y, por ello, no podían comprenderse desde el esquema clásico de explotación económica.

En el nuevo enfoque hay dos conceptos: antagonismo y hegemonía. El primero significa que en el ámbito político son inevitables los conflictos, para los que no hay una solución racional o definitiva. El segundo, hegemonía. Ambos son indispensables para elaborar una teoría política: pensar la política --con la idea presente del antagonismo-- exige renunciar a la posibilidad de encontrar un fundamento último y, por tanto, reconocer la dimensión irresoluble y contingente en todo sistema social. Hablar de hegemonía implica que cada orden social no es más que la articulación contingente de relaciones de poder particulares, y que no tiene cimientos racionales últimos. La sociedad es producto de unas prácticas hegemónicas con el fin de instaurar un orden en un contexto contingente. Estas consideraciones teóricas tienen unas implicaciones políticas cruciales. Hoy oímos que la globalización neoliberal es una consecuencia inevitable del destino e incuestionable. Según Margaret Thatcher "No hay alternativa". La socialdemocracia ha aceptado esta idea, como un dogma, y piensa que lo único que puede hacer es gestionar este orden globalizado, dándole rasgos más humanos. La actual globalización, no es algo natural, es producto de la hegemonía neoliberal y se basa en unas determinadas relaciones de poder. De ahí que puede cuestionarse, ya que existen alternativas, ahora apartadas por el orden dominante, pero pueden actualizarse. Todo orden hegemónico puede ser cuestionado por prácticas contrahegemónicas que intenten desarticularlo para establecer otra hegemonía. Esta tesis tiene una serie de consecuencias para plantear unas políticas emancipadoras. Si la lucha política es siempre la confrontación de diferentes proyectos hegemónicos, esto significa que nunca nadie podrá decir que la confrontación debe finalizar, porque ya se ha llegado a la democracia perfecta. Por ello el proyecto de la izquierda es la "democracia radical y plural", una radicalización de las instituciones democráticas existentes para hacer efectivas la libertad y la igualdad. Su objetivo es integrar las reivindicaciones de los nuevos movimientos sociales. Ese es el reto para la izquierda: articular las nuevas reivindicaciones de los movimientos feministas, antirracistas, homosexuales, ecologistas- con las de clase. De ahí el concepto de "cadena de equivalencias". Frente a la separación total entre movimientos defendida por algunos filósofos posmodernos, la izquierda debe establecer una cadena de equivalencias entre esas luchas diferentes para que, cuando los trabajadores definan sus reivindicaciones, no olviden las de los otros movimientos. Y a la inversa. La izquierda debería instaurar una voluntad colectiva de todas las fuerzas democráticas para radicalizar la democracia e instalar una nueva hegemonía.

En este proyecto de democracia radical, si queremos progresar hacia una sociedad más justa en las democracias occidentales, no hay que destruir el orden democrático liberal y partir de cero. No supone una ruptura radical sino lo que Gramsci llama una "guerra de posición" para conseguir una nueva hegemonía. En el marco de una democracia pluralista moderna, pueden llevarse avances democráticos profundos a partir de una crítica inmanente a las instituciones. El problema de las democracias modernas no radica en sus principios ético-políticos de libertad e igualdad, sino en que estos no se han llevado a la práctica. Así, la estrategia de la izquierda debería ser que se apliquen tales principios.

Mouffe en una entrevista actual añade detalles nuevos. Radicalizar la democracia hoy es más complicado. Una cadena de equivalencias es crucial para la izquierda, pero el neoliberalismo ha transformado profundamente el terreno, con la práctica desaparición de las ideas socialdemócratas. Hoy, hay que defender las instituciones del Estado de bienestar cuyas insuficiencias antes criticábamos; e incluso las libertades individuales políticas. En lugar de luchar por la radicalización de la democracia, nos vemos limitados a hacerlo contra el destrozo de las instituciones democráticas fundamentales. Hay que construir un frente común de las fuerzas progresistas y que los movimientos sociales, organizados en torno a Attac o el Foro Social Mundial, trabajen con partidos progresistas y sindicatos. Le preocupa las reticencias de los movimientos sociales a unirse con partidos políticos según las ideas de Hardt y Negri.

Profesor de instituto