Cada persona vive el tiempo que le toca, y mirar hacia atrás no sirve para otra cosa que tener conocimientos y aprender de ellos lo que se considere conveniente; pretender el futuro es todavía más melancólico, pues se basa en situaciones por llegar y, por tanto, no definidas. Es como jugar a la lotería, puedes poner esperanza en ello pero lo normal es que termine en frustración, así que centremos el análisis en el momento sobre el que nos corresponde tomar decisiones y ejercer acciones.

Intentemos hacer un ejercicio reflexionando sobre algunos de los temas que conforman nuestro presente, y que de alguna forma nos marcan el camino, tanto de forma colectiva como individual.

Me voy a permitir plantear este tema partir de un pronunciamiento de Arthur Schopenhauer, excepcional filósofo, que además era un gran admirador de Baltasar Gracián; pues bien Schopenhauer decía: «Que todo aquel que no tiene nada individual de que enorgullecerse, lo hace de haber nacido de este o de otro pueblo, y lo cierto es que resulta mucho más cómodo jactarse de pertenecer a tal o cual casta, que trabajar porque sea la casta la que llegue a jactarse de que le pertenezcamos».

Resulta que a pesar de haber identificado este problema en el siglo XIX, además de no haberlo corregido, se ha asentado e incrementado en la sociedad que vivimos; queremos ser y ocupar sitio por algo tan baldío como es el lugar donde nacimos, que siendo un identificador, queda pendiente del desarrollo que cada uno hagamos de nuestras vidas.

Y para colmo de este abuso lo hemos convertido en una carrera sin meta ni objetivo: quién tiene la bandera mayor para ser más español; quién canta más alto Els segadors para ser más catalán, y de esta forma dejamos que ese orgullo nada productivo condicione un alejamiento de la evolución de la sociedad.

La fórmula menos injusta de convivencia en una sociedad es sin duda el modelo democrático, pero esto que por si solo es apenas una voluntad que carece de fortaleza para garantizar su desarrollo, debe estar acompañada de otros elementos que la refuercen y garanticen de las decisiones arbitrarias de grupos que buscan fines propios sin tener en cuenta el conjunto.

Podemos determinar que el sistema más idóneo de convivencia de los individuos debe basarse en una trilogía que se complementan de forma total: los derechos humanos, el estado de derecho y como consecuencia la democracia. Si esta conjunción no se da, encontraremos modelos de escape hacia caminos donde no podremos decir, de forma genérica, que vivimos en democracia. Los derechos humanos podremos ir mejorándolos de acuerdo con nuestra propia evolución; el estado de derecho responderá a la garantía que las personas/ciudadanos tienen sobre el respeto a sus derechos y libertades, así como a la respuesta de sus responsabilidades; y la democracia nos permitirá conocer la voluntad de la mayoría, siempre con respeto a las minorías. Estos tres fundamentos hacen que los pueblos se desarrollen bajo el lema: «Libertad, igualdad y fraternidad», con la exclusión de alguno de los tres elementos: derechos humanos, estado de derecho y democracia, estaremos ante una sociedad pervertida e injusta.

Estamos en tiempo de elecciones y no pocas, en un mes tendremos cuatro, lo que nos permitirá, en primer lugar, que se escuche nuestra voz, la de los ciudadanos y que de manera indiscutible se acepte lo que elijamos, y por tanto en base a ello que se cumpla aquello a lo que se han comprometido los electos, y esto que es el certificado de la democracia no siempre se entiende bien y las interpretaciones que se hacen son de lo más curiosas; si esto sucede es porque el margen que dejamos los electores es excesivo y de poca exigencia, porque nos falta capacidad de análisis basado en la cultura. En una discusión entre Azorín y Unamuno, el primero le respondía al segundo: «Lo que el pueblo español necesita es cobrar más confianza en sí, aprender a pensar y sentir por lo mismo, y no por delegación, y sobre todo, tener un sentimiento y un ideal propios acerca de la vida y su valor»; pues esta debe ser nuestra fuerza en la elección, ya que si elegimos sin destino ni compromiso, mal exigiremos el cumplimiento de algo.

Tengamos el ideal propio y hagamos con él nuestro presente y la preparación hacia el futuro.

*Presidente de Aragonex