Tras cinco semanas de negociaciones en el seno del Consejo Europeo, los líderes de los estados miembros llegaron a una sorprendente propuesta para cubrir los principales puestos de la UE en el nuevo ciclo político. De todos ellos, sin duda el nombre de Ursula von der Leyen fue el que más reacciones levantó, tanto por no encontrarse en ninguna de las quinielas previas, pero también por la ausencia de relevancia política en Alemania.

Los más críticos argumentaban su ausencia de posición en relación a temas tan relevantes como la inmigración o el cambio climático. También ha sido muy criticado su desempeño en los ministerios de Familia y de Defensa, llegada a ser acusada de prevaricación en la concesión de contratos públicos a empresas vinculadas a familiares de primer grado y contaba con el rechazo frontal de los socialistas alemanes. Además, su candidatura fue un compromiso acordado entre Merkel y los cuatro países del grupo de Visegrado que venían de bloquear las candidaturas de Weber y Timmermans.

Van der Leyen se enfrentaba, en su presentación, a un contexto abiertamente adverso y donde no estaba nada claro que fuera a ganar la votación que la convertiría en la primera mujer en presidir la Comisión. Su intervención en la cámara fue decisiva y sostenida sobre los postulados de Europa Social, política migratoria más humana, cambio climático y regeneración democrática, para convencer a los indecisos liberales y socialistas. Y lo consiguió.

La adaptación de su programa al de socialistas y liberales le ha permitido obtener la presidencia de la Comisión. Eso sí, su victoria ha sido por el margen más estrecho de votos de la historia, 383 votos a favor, 327 en contra y 22 abstenciones, incluso por debajo de los 422 obtenidos por Juncker en el 2014. Ahora, Ursula van der Leyen ha de demostrar que la muerte de los spitzenkandidaten no ha sido en vano. Solo de ella depende no traicionar el aval obtenido por los representantes de la ciudadanía europea. Veremos.

*Profesora de Ciencia Política