El auge de los movimientos feministas en todo el mundo tiene como lógica base el desprecio y la marginación que ha sufrido la mujer a lo largo de la historia. Y no solo en épocas ancestrales, en siglos muy pretéritos, sino hasta ayer mismo (hasta hoy).

Una muestra extraordinaria de ese maltrato establecido rígidamente por las sociedades patriarcales podemos verlo en la película La tercera esposa, de Asleigh Mayfair, que narra la historia de una niña destinada a un matrimonio previamente acordado en el Vietnam del siglo XIX.

La pequeña, una vez desposada, será desflorada por el señor, un rico terrateniente que ya poseía dos esposas, de mayor edad, y varios hijos. La tercera mujer se acoplará al gineceo con la naturalidad de quien ha sido adiestrado para ese fin, y para ningún otro. Con complacencia, con alegría, sin sombra de rebeldía, ni siquiera de resignación; aceptando plenamente las condiciones impuestas por su padre y por su esposo.

La película, realmente magnífica, es de una belleza deslumbrante. La sensibilidad estética de la fotografía mantiene al espectador preso de un placentera cárcel, cuyos invisibles barrrotes impiden a menudo recordar que todo lo que vemos, las vidas de las tres esposas, sus alianzas y rencillas, sus infidelidades y sueños discurren en un ámbito totalmente privado de libertad. Son como hermosas aves en un estanque de lotos cerrado al bosque y a la mirada de extraños.

¿Era, sin embargo, la España del siglo XIX, diferente a ese Vietnam medieval que se describe en La tercera esposa?

En absoluto. Innumerables fuentes jurídicas, literarias e históricas apuntan a que la situación de las mujeres españolas era de franca subordinación; y que, hasta muy concluso el siglo, o iniciado el veinte, ni siquiera se atisbaron indicios de un cambio social tendente a la progresiva integración de la mujer en igualdad de condiciones.

No digamos ya si, a través del túnel del tiempo, viajásemos a los reinos de Aragón o Castilla o a la antigua China.

Que la historia, como el Soberano, ha sido cosa de hombres es una de esas evidencias de las que la humanidad, como de la esclavitud, como del poder dictatorial, debería avergonzarse.