Aunque nunca fue atractiva, la actividad política es cada vez menos interesante para personas cualificadas en su profesión y en su posición social. Y eso merma lo que es la calidad de la reflexión y las propuestas. Sin ideas propias y de fondo no hay política. Habrá pragmatismo, pero nada más. La distancia entre la política y gente que podría aportar algo nuevo es cada vez mayor. Cada vez más aquella está configurada por personas que hacen de ella su medio de vida. Son mayoría quienes provienen de organizaciones juveniles o que dieron sus primeros andares como concejales de una localidad. Luego subirían.

En la política, como en la milicia (a la que tanto se parece, sobre todo en el ordeno y mando), se debe estar siempre disponible. Si eres obediente, avanzas. Si eres entusiasta del que manda, prosperas. Si sustituyes tu propio razonamiento por el pensamiento oficial, tienes posibilidades de éxito. Y si aplaudes mucho, puedes ascender hasta las proximidades del cielo.

Estuve hace bastante tiempo en el Congreso y lo vi en mí mismo y a mi alrededor. Conocí gente interesante intelectualmente. Pero iban desapareciendo. Quizá porque a pesar de ser en teoría el lugar ideal para construir y confrontar ideas, todo bascula en torno a otros dos polos: la dirigencia del partido y el Gobierno. En la primera es donde se junta la gente más rocosa y sectaria. Mantener el control del aparato es esencial. Es preferible asegurarse ese poder interno en el núcleo de la dirección que perderlo antes de conseguir que tu partido gobierne. En la crisis del PSOE se visualizó: ante el riesgo de ser elegido presidente de Gobierno alguien del partido pero que no era querido por barones y baronesas, se le decapitó y se renunció al poder.

El segundo sector mencionado es el Gobierno. Ahí sí que interesa ocupar ministerios y, sobre todo, altos cargos con alguna gente cualificada intelectual o profesionalmente. Pero solo ahí. Van a manejar millones de euros, van a diseñar altas políticas, y solo es un tiempo. Luego salen de ahí con trampolines para prosperar aún más por las relaciones trabadas. En todo caso, todos son del partido. La categoría de independiente está desaparecida: son muy peligrosos.

Pero en el Parlamento son cada vez menos los cualificados. Quedan diluidos y se aburren de su poca actividad y viendo cómo prosperan los más palmeros, o se dejan abducir o se van. De todos modos, aunque me haya referido a personas con notable capacidad intelectual, la pregunta es la misma para el español medio: ¿daría usted el paso y se incorporaría a la política?

La respuesta sería negativa en un inmenso porcentaje. Ven qué estilos, reglas y formas rigen dentro y… se espantan. La visualización que tuvieron con lo que pasó hace poco en un partido estatal histórico no seduce a nadie. Pero además, ello converge con el nulo interés de las dirigencias (empezando por las locales), en las que no se quiere a un tipo de persona normal, con un poco de criterio propio.