Uno de mis placeres confesables en los meses de verano es el de estrenar las mañanas de los domingos con un buen paseo lejos de mi itinerario habitual, a esa hora en la que la ciudad se despereza y por sus calles sólo transitan perros acompañados de sus dueños, noctámbulos de profesión y algún trabajador del turno de noche. Fue precisamente en uno de esos recorridos cuando --hace ya algunos años-- redescubrí el Ebro y me reafirmé en la idea de que seguimos dando la espalda a un río que cualquier ciudad europea mimaría hasta convertirlo en emblema turístico de la ciudad. La esperanza --dicen-- está en la Expo que obligará a adecentar lo que, la desidia y la falta de interés político, han ido dejando morir. Hablo de las riberas, claro. En uno de esos paseos me encontré en pleno Casco Viejo del Arrabal ¡Dios, qué abandono! La Plaza del Rosario, la casa donde dicen que vivió el Tío Jorge, los alrededores de la Estación del Norte... Los vecinos están hasta las narices de la degradación y piden actuaciones urgentes, como la redacción de un Plan Integral de la zona, que se adecenten plazas y bulevares, la peatonalización integral del Puente de Piedra, un centro de estudios rabaleros... Metidos como estamos en el megaporyecto de la Expo, convendría insistir en que el 2008 se celebra, además del centenario de la Exposición Internacional, el Bicentenario de Los Sitios. No es de recibo que el lugar donde se dieron grandes acontecimientos históricos de la ciudad mantenga hoy un aspecto tercermundista.

*Periodista