Asisto desde la barrera a la caída en picado de Donald Trump , de la que aún no se vislumbra ni el fondo, y sigue sorprendiéndome la vileza de la que es capaz el ser humano. Se supone que ahora, todos los amigos que les bailaban el agua, a él y a su hija Ivanka , les están dando la espalda y haciendo el vacío social. Las ratas de las que se rodearon Trump y su familia huyen del barco que se hunde sin disimulo y sin vergüenza. No son solo los supuestos amigos: son los miembros de su Gobierno, del Partido Republicano, incluso los propios votantes que asaltaron el Capitolio, que ahora le culpan a él. Seguíamos órdenes del presidente, dicen. El tío vestido de bisonte asegura que creía estar cumpliendo un mandato de su presidente. Jacob Chansley se llama la criatura. Un fenómeno. En fin, que si se cumplen los pronósticos y también Melania se divorcia de Trump, al hombre solo le va a hacer compañía el caddy que le lleve los palos en el golf. Siendo como es un ser humano despreciable, casi más desprecio me merecen los que ahora le abandonan. Empezando por Mike Pence , la rata más grande de todas. Son todos los que le rieron las gracias durante cuatro años; los que apoyaron sus crímenes contra las familias inmigrantes; los que consintieron que gobernara un país a golpe de tuit ; los que consintieron daños al medio ambiente que a ver ahora cómo revertimos; los que ponían los ojos en blanco (pero nada más) cuando renegaba de mascarillas e incluso del propio coronavirus durante los primeros momentos de la pandemia. Son todos ellos las ratas que han consentido que Trump, con ese gesto facial de gorila cabreado, hiciera el mundo un poco peor. Y a ellos, ¿quién les pide responsabilidad ahora?