Estos días, los medios acumulan perspectivas para el 2014. En general, todas apuntan a una modesta recuperación, en gran parte como resultado de la incapacidad de la eurozona para definir una política claramente expansiva. Es una interpretación llena de lugares comunes, que perviven como malas hierbas, con un acusado consenso sobre un liderazgo alemán que nos estaría condenando a bajos crecimientos y elevados niveles de paro. Pero no sean ingenuos. Defender que la Unión Europea es la responsable de nuestros males, primero permiten el endeudamiento y después imponen políticas de austeridad, tiene relevantes consecuencias internas. Que van mucho más allá de la fácil broma sobre la capacidad de autoflagelación protestante prusiana. Esta narrativa se basa en varios mitos que quisiera comentar.

Primero. El papel de Alemania. Nos habría impuesto el endeudamiento que nos llevó a la crisis. Falso. Uno se endeuda si quiere. La responsabilidad recae, en primer lugar, en los gobiernos (etapas de Aznar-Rato y Zapatero-Solbes) y en el Banco de España (presidencias de Caruana y Ordóñez), incapaces de frenar un crecimiento del crédito desde 1998 hasta el 2008 del 20% anual. Y, después, en la sociedad que permite estos gobernantes. Además, el creciente déficit exterior no fue generado en el comercio con Alemania, sino con los productores de petróleo (que pasó de los 10 a los 160 dólares/barril entre 1998 y el 2008) y los emergentes, favorecido por la fortaleza del euro (el dólar cayó desde los 0,84 a los 1,50 entre el 2002 y el 2008). Si quieren responsables apunten bien: nuestras élites, las monarquías petrolíferas, y China y EEUU.

Segundo. Austeridad. Alemania la impone y, con ella, provoca la reducción del crecimiento europeo. ¿Alemania pretende hundirnos y perjudicarse a sí misma? No es serio. Bajo la crítica a la austeridad radican intereses corporativos, de poderosos grupos sociales y económicos, que ven que las reformas les perjudican.

Tercero. La política a seguir. Si Europa no estuviera secuestrada por el fundamentalismo moralizante alemán, haría una política expansiva (fiscal y monetaria) como la de EEUU o Japón. Pero, atrapada en un camino de expiación de las culpas del Sur, nos lleva a la anorexia económica. Mito espantoso que alimenta los sentimientos anti-europeos. Europa no es un país, ni se parece. Por ejemplo, las dificultades para la creación de la Unión Bancaria no son el resultado de una particular miopía alemana, sino la expresión de una UE, donde todavía chocan los intereses de los diferentes países.

Cuarto. La devaluación salarial. La existencia del euro, al no permitir una devaluación exterior y obligar a la interna, impide el crecimiento de la demanda interna. No podemos devaluar, es la pérdida de competitividad la que nos obliga a hacerlo. Y su empeoramiento no fue responsabilidad del euro, sino de nuestros gobernantes y del conjunto de la sociedad que lo toleró sin pensar en las consecuencias a medio plazo. Nadie nos obliga a la devaluación interna, simplemente no nos queda otro remedio para recuperar competitividad. Quizá no tendríamos que haber entrado en el euro. Cierto. Pero ya estamos. ¿O quizá creemos que formar parte de la misma moneda que Alemania no implicaba modificar nuestra conducta?

Quinto. Reducción del paro. La estrategia europea no nos permitirá bajarlo más que muy poco a poco. Lastimosamente, no es cierto. ¡Ojalá fuera un tema de política europea! Es la tercera vez en 30 años que el paro supera el 22% (1985, 1995 y ahora). ¿Saben de algún otro país avanzado que haya alcanzado estas insólitas cifras? No piensen demasiado. No existe. Es el resultado de un modelo de crecimiento sincopado, que favorece constructoras y sector financiero, y que promueve el endeudamiento y la pérdida de competitividad. ¿Saben que la construcción ha perdido más del 60% de su empleo? ¿Y que casi la mitad de los puestos de trabajo destruidos son de este sector?

UNA REALIDAD (entre otras). Una de las más dolorosas realidades que esconde el discurso sobre la responsabilidad alemana es el papel de la creciente desigualdad en la génesis de nuestros problemas. El fuerte aumento de la deuda antes de la crisis tuvo los efectos de un potente analgésico, escondiendo los dolores que provocaba una concentración de las rentas en capas cada vez más exiguas de la población. Con la recesión, el proceso se ha reforzado. Y, aunque una mejor distribución del ingreso no será suficiente para salir, sí es una condición necesaria para una expansión larga y sólida. Aquellos que destacan la paja en el ojo alemán harían bien en no olvidar la viga en el nuestro.

¡Que tengan buen año!

Catedrático de Economía Aplicada.