Son ya dos meses de confinamiento epidémico. Se acaba de aprobar otra prórroga nueva, hasta el 24 de mayo. Esta vez estuvo muy ajustada la votación. Ciudadanos (Cs) volvió a aparecer como un partido de centro (a buenas horas) y enceló a PNV, ERC y UP. A ver si el PSOE va a cambiar de socios y volvemos a descubrir la geometría variable. Luego vino el paso a la fase 1 de algunas comunidades (o territorios parciales de ellas), con el cabreo de algunas (Madrid, Andalucía, Valencia) y el regodeo de otra (País Vasco) que, con tal de diferenciarse del resto (siempre a su favor), vota lo que haga falta. El PSOE siempre ha sido un partido que se ha movido bien bajo presión. 140 años de existencia dan mucha experiencia. Próximamente, el presidente del Gobierno parece que llevará al Parlamento otra propuesta de prórroga, esta vez de un mes. Saldrán a relucir conceptos como «golpe de estado constitucional», gobernanza, ruina económica, abuso de autoridad, responsabilidad y su contrario… A la vez que nervios en los partidos, se empieza a ver en la sociedad algo de relajación. Las dos cosas son malas.

Personalmente, vuelvo a solicitar lo de siempre: esperemos que el proceso epidémico vaya controlándose y podamos recobrar una cierta normalidad. Posteriormente, recordando a Tip y Coll, hablaremos del Gobierno… y de todos los demás.

Este encierro es doméstico, existencial, psicológico e intelectual. Pocas veces, casi nunca, nos habíamos hallado en una situación como la actual. Nos obligan a no hacer nada, ni siquiera salir a la calle. Todo nos lo hacen. El Gobierno dirige nuestras vidas en su totalidad. Nos dice que estemos sin salir de casa, que no hagamos nada, que nos dediquemos a nosotros mismos. Jamás nos habían hecho un regalo tan extraño y tan potencialmente productivo. Al principio, me sentía extraño, pues no estaba acostumbrado a no hacer nada. No hacer nada siempre lo relacionabas con una enfermedad grave, en la que te obligan a un quietismo pasivo y obediente a los médicos que van a intentar curarte.

Pero, pasados los primeros días, y conscientes de que esto va para largo, te planteas cómo invertir el tiempo, cómo ejercer tu vida. Es curioso, al menos en mi caso, cómo lo intelectual configura lo existencial. O mejor dicho, sin intelectualidad no hay existencialidad. O, si la hay, se trata de una pura externalidad. Y una vida que no sea vivida por mí sino que me la vivan los demás, a través de sus órdenes y sus instrucciones, y yo me dedique a sobrevivir, a vegetar, a un simple y pasivo esperar, no es vida humana propiamente dicha.

El encierro, paradójicamente con mi coexistencia obligada con mi familia, me ha traído como regalo inesperado mi intimidad. He recuperado mi yo. Y he vuelto a redescubrir que sin mi yo no existe lo demás ni los demás. He vuelto a distinguir la vida consciente de la mera vegetatividad. No me ha desagradado en absoluto la escenografía temporal que ha organizado el gobierno de la nación. Ha tenido ritmo, ha marcado expectativas, ha creado un horizonte, ha creado un diálogo, más que con los españoles, con cada uno de los españoles. En el fondo, el gobierno solo ha creado las condiciones de la realidad, porque la realidad no es algo objetivo sino que lo único que existe es mi realidad, y esa la creo yo. Porque la realidad está ahí. Me mira y la miro. Me forma y la formo. Me transforma y la transformo. Me duele y le duelo. Me frustra y la frustro. La realidad y yo somos parte de lo mismo. Pero tengo que trascender la palabra realidad. Y así me encuentro con la gente, la sociedad, que también es realidad. La parte más intensa de la realidad. La gente condiciona mi yo, que soy gente para la gente. Sin yo la gente no sería mi gente. Sin gente yo no sería yo.

Al mirar todo esto, corro el peligro de marearme y caer. Necesito algún elemento que me sustente. Y veo que la comunicación es el elemento conector entre las distintas partes de la realidad. Las junta y las disjunta. Dependen del espacio y el tiempo, o del lado de la frontera en que estás. O de la parte de realidad que seas. Porque según tu espacio y tu tiempo, eres uno u otro. Yo no soy mi yo de hace veinte años. Soy otro yo. Ni mejor ni peor, distinto. Mi vida, mi realidad, mi relación-comunicación con la gente no es la misma. Y ello hace que la gente sea distinta y yo también. Para ellos mismos y para mí.

Por todo ello necesito la escritura, para clasificar y ordenar esta endiablada dialéctica, para organizar mi existencia, para posibilitar la palabra en su sentido más poético de poner nombre a las cosas. Y así, la palabra configura mi realidad, vehicula el pensamiento y me dignifica. Sin la palabra yo no soy, pues sería mera vegetatividad y pura pasividad. Aunque ahora estemos en situación de miedo a la enfermedad, nunca sobra la reflexión. Yo, en cuestiones de vida y muerte, estoy con Epicuro: la muerte no es problema, el problema es vivir (y morir) con dignidad.

*Profesor de Filosofía