Saturados hemos quedado de boda. Ya están todos casados. Menos mal. Descansemos, pues, y reflexionemos. Sobre la monarquía: la monarquía es divina. En efecto, si nos atenemos a las expresiones existentes en buena parte de los escritos religiosos sobre sus inclinaciones políticas, caben pocas dudas sobre sus preferencias monárquicas. Dios suele aparecer como un monarca, el rey por excelencia, el rey de reyes. Es decir, aquel que posee la dignidad suprema y el poder absoluto, que en todo caso se limita a delegarlo en sus seguidores de confianza.

Desde muy antiguo, los dioses delegan su poder en los excelentes o nobles o notables (los aristoi1 helenos, los aristócratas originarios; los sacerdotes y el clero en general, después). Los griegos situaban esa nobleza o excelencia sobre todo en el interior de las personas: aristos era el virtuoso, el que lograba desarrollar en plenitud sus capacidades personales y sociales. Después, con el dinero en manos de unos pocos y el sistema oligárquico de por medio, esa excelencia fue haciéndose excluyente, propia de los ricos, a la vez que hereditaria. Se es rey por nacimiento y cuna. O sea, por RH y grupo sanguíneo. Es decir, por nada en absoluto.

También el Dios del judeocristianismo manda profetas y a su propio hijo para predicar e instaurar su reino. A él se opone otro reino, el del mal, el de las tinieblas, que hay que combatir y vencer. Dios es eterno y de él procede todo. Por consiguiente, el origen y la legitimación del monarca, de su poder, descansa en el poder mismo de Dios.

De ahí que, durante mucho tiempo, los sistemas monárquicos no hayan sido cuestionados. Cuando nacemos, papá y mamá ya existen. Lo mismo ocurre con los reyes. Dios es eterno. El rey y su dinastía, casi. Sólo Dios es anterior al rey. Poner en tela de juicio el poder monárquico es como rebelarse contra el propio poder paterno, incluido el divino.

A Dios lo han hecho monárquico por decreto. Los monarcas terrenales se hacen divinos: todo el poder proviene de Dios, luego el rey tiene el poder de Dios. Y sus hijos. Y los hijos de sus hijos. Atentar contra el rey es un pecado: atenta contra la propia voluntad divina. Queda un solo paso más, sutil, por dar: rebelarse contra el poder es también pecado.

Aunque ser republicano sea hoy ya políticamente correcto, aún hay quienes piensan que lo es menos que ser monárquico. Una república descansa sobre el principio de que todo el poder, cambiante y sujeto a plebiscito, reside en el pueblo, en la voluntad popular. Aplicado a Dios, tal principio se convierte en relativamente inapropiado: hemos sido creados por su exclusiva voluntad, no por plebiscito universal. Iremos al cielo o al infierno tras ser juzgados según sus leyes y veredictos. El manda. El impera. Recuérdense las proclamas y cánticos nacionalcatólicos de la España franquista: Christus vincit, Christus regnat, Christus imperat (Cristo vence, Cristo reina, Cristo impera ). El hijo de Dios es un monarca triunfante sobre sus enemigos que instaurará al final de los tiempos su reinado en todo el universo. Dios, rey. Dios, emperador. Dios, césar.

Ser republicano es incompatible con el status divino. Dios nunca podría ser republicano. Nosotros, toda su creación, somos su producto, estamos bajo su imperio, pero el poder y el mando son suyos, sólo suyos y nada más que suyos.

El rey es rey, y no se discute nada de lo que es o hace. De hacerlo, uno se convierte (o lo convierten) no sólo en antimonárquico, no sólo en republicano, sino incluso en regicida : cuestionar la monarquía (divina o terrenal) es como atentar contra el monarca. Impío. Blasfemo. Sacrílego.

Se es rey porque sí, porque el heredero/monarca nació donde nació y fue parido por quien fue parido. En algunos países se llega a la injusticia de añadir como mérito para acceder al trono ser varón, y no mujer, por ejemplo, en la Constitución de 1978. ¡Cuánto han tenido y tienen que seguir aguantando las mujeres!...

Por eso mismo, a la gente que tiene el placer de defender las cosas de Dios les suena bien eso del reinado de Dios, pero probablemente se irritarían si escucharan la república de Dios. O círculo o cuadrado. Algunos incluso vitoreaban y apaleaban al grito de Viva Cristo Rey , pero habrían enmudecido de haber oído el grito de Viva Cristo, presidente de la República . Por eso la derecha y la ultraderecha han solido ser tan poco proclives al republicanismo.

*Profesor de Filosofía