León Felipe aseguraba, a través de la voz de Paco Ibáñez, que en este mundo ya no había locos. Pienso que él lo aseguraba de aquellos tiempos terribles en los que la única locura de los hombres y mujeres era sobrevivir al hambre y al terror de tiempos terribles.

Pero los tiempos cambian, los dictadores se mueren y lo que hubo ya no hay y lo que no había sale otra vez a flote: Los locos vuelven desesperadamente a las calles confusas y difusas, sobre todo, de Madrid. Aquellos versos de Dámaso Alonso donde aseguraba que esta ciudad era una enorme superficie con un millón de cadáveres, ahora es una ciudad ocupada por todos los locos del país; unos geniales; otros astrosos y otros totalmente maravillosos y divertidos. Toda esta divagación primera viene a cuento de lo que voy a relatar a continuación:

En el tren un sujeto, a voz en grito, tomando el móvil como si fuese un revolver de los viejos tiempos del oeste americano, anunció, supongo para que todos lo escuchásemos, que con un rifle Remingtón había matado, a mas de trescientos metros de distancia, un enorme animal de esos de grandes cuernas que existen en Africa, "que por cierto, aseguraba, esta hecha una braga de hambre y miseria". Y la noticia la fue repitiendo cada vez que el tren atravesaba una zona con cobertura para los teléfonos. Al quinto griterío alguien le dijo desde un asiento indeterminado: "Esas cuernas no serán las que lleva usted gracias a su señora". Y allí fue la debacle. Pocos días después, en pleno paseo de Recoletos, un ciudadano se me acerca y me dice: "Usted no sabe quien soy yo, pero lo que tiene usted detrás, es mío". Con sus dos bolsas del Corte y un aspecto de recorre calles y ciudades, me sigue confirmando cuales son sus propiedades y riquezas, sus títulos y sus desprecio por todos los políticos, igual de un signo que de otro.

Durante un buen rato me explica donde tiene todas sus joyas; cuáles son sus derechos sobre el Banco Santander y como el Banco de España temblaría si un día cualquiera el fuese a reclamar lo que es suyo: "En tiempos yo era el que firmaba los billetes de cinco mil pesetas. Ahora firmo los de quinientos euros. Claro que usted no ha visto nunca ninguno de ellos, ¿verdad? Los tengo todos en mi poder. Y perdone, pero me están esperando en Iberia. Me voy a quedar con todos los aviones. Son mios". Y sin mas se fue camino de la Biblioteca Nacional mientras gritaba señalándola: "esa también es mía".

"No le haga usted caso, señor, está un poco para allá. Precisamente tenemos ahora un contencioso, él y yo, por la propiedad del Puerto marítimo de Barcelona. Por cierto, ¿sabe usted que no nos quieren llevar este asunto, ni a él ni a mi ningún abogado?. La Justicia está podrida. Una y otra vez, todos me niegan mi derecho y a él también".

Y sin más saca de una enorme cartera de mano papeles y papeles, y obligándome a sentarme en uno de los bancos del Paseo, comienza a contarme su historia. Una hora después camino alucinado por entre la Gran Vía y el Banco de España. Hoy lo miro con desprecio al saber que todo lo que hay dentro es del colega y de la señora. Y eso que hace años un amigo reclamó, junto a su familia, los dos mil dolares de la renta per capita de los españoles. Nunca se la dieron y es que los dueños andan por las calles ocultándose tras disfraces de pequeños, ilustres y amables oligofrénicos.