En poco más de treinta años se ha pasado en España de tener un 11% de ciudadanos que vivían solos, en 1981, a cerca de un 26%. Un fenómeno sociológico espectacular al que no se le estaría dando importancia. Sin embargo, aquello del 11% era estadísticamente una rareza. Muchas de las naciones europeas casi nos doblaban: Francia, por ejemplo, en 1981 se acercaba ya al 24%, y pasaría del 26% diez años después (hoy ha llegado al 34%). En Alemania, con una soledad mucho más estable, ya pasaban del 33% en 1991 y han llegado hoy al 39%. Dinamarca estaba a la cabeza de viviendas para una sola persona, con más de la mitad de sus habitantes, casi el 58%. Italianos, griegos y portugueses nos dejaban también bastante atrás. Las alusiones del papa Francisco a la tragedia de la soledad han puesto de actualidad el tema. Piénsese en los niños solos, los enfermos solos, los ancianos solos.

El que una de cada cuatro personas viva sola no deja de llamar la atención. Así estamos, más o menos, los españoles; sin embargo, pensando en estadísticas de naciones industrializadas sería un dato propio del subdesarrollo. Europa nos supera ampliamente en soledad y la tendencia va en aumento. Hace años que pasaron de un tercio en las viviendas solitarias, Suecia (47%), Noruega (40%), Alemania (39%), Holanda 36%), Reino Unido (34%), Etc.. Un tercio que no puede retozar con sus parejas al despertarse. ¿Cuánta de esta soledad es deseada?

Cada uno, si puede, organiza su vida como quiere. Faltaría más. Y la soledad, cuando es querida, puede ser muy placentera. Más intimidad, más independencia y no necesariamente menos relaciones sociales ni relaciones sexuales. Son hechos ante los que cuesta hacer una valoración objetiva. Estas serían algunas interpretaciones improvisadas de un sociólogo ingenuo:

1. Tendría que ver con el clima. ¿Apetecería más la compañía en el Sur? Italia, Portugal, Grecia y España están por debajo de la media europea en pisos para solitarios. Además, el buen clima favorecería más las relaciones fuera de casa. El sur del Japón y el sur de España, así como los países tropicales serían buenos ejemplos de relaciones en la calle. Tal vez. Salir a tomar la fresca por las noches, o acudir a charlar a los carasoles en invierno, en los municipios rurales de la península Ibérica, son placeres difícilmente superables. Erasmo de Roterdam, en su

Elogio de la locura, cita a la tertulia como el mayor placer que pueden tener los humanos adultos (aunque siempre inferior al de los niños cuando juegan sin que los adultos les incordien).

2. Sería una cuestión económica. Es un decir, tal vez científico. A mejor economía más concentración urbana y más vecindario solitario. Las primeras naciones que subvencionaron a los mayores de 18 años, para que se pudieran emancipar, vieron a multitud de jóvenes estudiantes y trabajadores que se las apañaban muy bien sin compañía estable. Hombres y mujeres. Además, las economías de mercado volverían a la gente más individualista. La competitividad estaría, posiblemente, más próxima a la soledad.

3. Tendría algo que ver la cultura. Los estudios sobre la necesidad de espacio interpersonal muestran grandes diferencias de unas culturas a otras. Todos tenemos necesidad de un espacio mínimo alrededor de nuestra persona. Las grandes saturaciones y la gran promiscuidad no las soportan por igual los anglosajones que los hindúes, por ejemplo. Y sobre esto la Psicología Social lleva décadas dando evidencias científicas. Cuando alguien se aproxima demasiado a otro se retrocede más en unas culturas que en otras.

Mi falta de objetividad se debe a que considero como uno de los mejores placeres de la vida el despertarse retozando con la pareja deseada. Quien se despierta después de haber tenido una experiencia afectiva no caminaría con tan mal genio y daría más gracias a la vida. Un suponer. Freud también lo sospechaba; pero no se puede demostrar: los amos en las sociedades esclavistas y los guardianes de los campos de concentración nazis tuvieron la compañía que seleccionaban. Y no está comprobado que se levantaran sin ganas de fastidiar al prójimo. En todo caso, más de una cuarta parte de nuestros paisanos aragoneses salen a la calle sin haber tenido el retocico mañanero. No me atrevo a decir que sean menos felices, pero sí que ese placer, el de acariciar a alguien al despertarse, se lo habrían perdido.

Se pensaba que la falta de oportunidades laborales remuneradas y estables no favorecían mucho las viviendas individuales. Los parados se quedarían con la familia. Qué remedio. La familia era muy sólida en España, más que en Portugal incluso. Y la abundante compañía era interpretada como una de las causas de que, habiendo tanto paro, no hubiese más huelgas y revueltas. Pero esta tesis ha demostrado ser parcialmente falsa: se sigue avanzando hacia las viviendas de una sola persona. Hace más de 50 años que David Riesman escribió La muchedumbre solitaria. Entonces no podía ni imaginar a lo que íbamos a llegar. Por otra parte, tampoco parece que el retocico mañanero hiciera a las personas más felices. No lo estaría siendo tanto como para invertir la tendencia hacia la soledad, que parece creciente e imparable.

Profesor Emérito de Sociología