A Nicolás Maduro no solo le cae grande la guayabera; también el país; también la Revolución.

Con un loco dictador al frente, la pobre y ensangrentada Venezuela se dirige al desastre económico y social, a la nada histórica; tal vez, Bolívar no lo quiera, a una guerra civil. Pero su inmaduro presidente no lo ve. Como todos los grandes narcisos del poder, sólo ve abanicos y sólo escucha elogios, pero no es más que un enfermo de elefantiasis política entrado en agonía, a la espera de que le peguen una cuartelada o el imperialismo yanqui le haga un Sadam Husein. Puede aguantar un tiempo más, el que los militares se le sigan cuadrando, pero a costa de acumular cadáveres en sus fronteras y en su conciencia, y de acabar, como suelen terminar la mayoría de los tiranos, francamente mal.

Lo peor es que, además, se va a cargar para mucho tiempo un concepto, el de revolución, que cíclicamente vuelve a ser necesario en aquellas geo--políticas donde el tercer mundo, en lugar de virar hacia el primero, se convierte en cuarto.

Tras la madurada ruina de este Gobierno, y una vez Juan Guaidó lo haya enviado al baúl de la historia, aunque habiendo antes Inmaduro destrozado su propia Constitución, intentado y en algún caso conseguido corromper las instituciones democráticas de su patria y dividido a su propio pueblo, a los venezolanos, en leales y traidores, va a ser muy difícil abordar cambios sociales con aroma a reformas, no ya revolucionarias, ni tan siquiera drásticas.

En cuanto el próximo títere bananero abra la bocota ahí va a estar la comunidad internacional, los presidentes vecinos o Esteban Pons, desde su Eurovisión, para bajarle los humos e invitarle a corregir el rumbo o abandonar. La revolución del pueblo, el sable de Bolívar, las pistolas de Pancho Villa, Sierra Maestra y Fidel, el sub Marcos o el comandante Chávez están recibiendo de Maduro no un espaldarazo sino una patada en las canillas de la historia, siendo nuestro irrisorio gigantón su peor epígono. El déspota venezolano es mejor como conductor de autobuses que de pueblos. El suyo, que nunca lo fue, se baja en la próxima parada, donde le darán relevo para no permitirle seguir cobrando billetes a pasajeros libres.