Mark Rutte debería leer el poema más famoso de John Donne, ese que habla de campanas. Y más en estos momentos. Rutte es el primer ministro holandés. Es un señor alto, bien plantado, con ese aspecto de haberse criado a base de mantequilla y leche que tiene también el Rey de su país. Un señor con la sonrisa de haber comido siempre bien. Rutte es un calvinista de libro, austero en las formas y en la política, severo consigo mismo y con los demás. Para una parte de Holanda, Rutte no debería darle dinero a los países del Sur de Europa, porque nos lo gastamos en juergas y en tumbarnos al sol. Mientras, la industriosa Holanda labora y recoge, como la hormiga del cuento, autoconvenciéndose de que ellos son el reducto moral de un continente que se diluye entre el mestizaje y el despilfarro. Sin valores. Que Holanda sea un tapón para conseguir que la liquidez que tanto necesitamos en estos momentos fluya se debe a que las ayudas europeas han de otorgarse por unanimidad. Así que el voto de un país de 10 millones de personas bloquea el dinero que ayudaría a millones y millones de otros europeos: españoles, italianos, portugueses, franceses. Cosas como estas hacen que el sentido de una unión europea sea a veces discutible. Porque ¿qué es Holanda sin el resto de Europa? Por eso decía que Rutte debería leer Las campanas doblan por ti. Especialmente esa parte en la que dice: «Ningún hombre es una isla entera por sí mismo». El poema inspiró a Hemingway para su libro Por quién doblan las campanas y ahí fue donde lo leí. Y desde entonces no he olvidado el final, que aquí me permito adaptar: no preguntes por quién doblan las campanas, Rutte. Porque un día también doblarán por ti.