Cuando la vida se estrecha, se adelgaza, como está sucediendo con la recesión, cuando aumentan la tensión social y la inquietud frente al futuro, y retroceden la serenidad, el placer y la calma, los estallidos de belleza se revelan como doblemente sonoros.

Muy especialmente, si hablamos de música. Por ejemplo, de la que muy ejemplarmente se viene enseñando y practicando en el Conservatorio Superior de Música de Aragón.

Cuya Camerata, una de sus formaciones, provocaba el pasado lunes en el Auditorio de Zaragoza una explosión de belleza al interpretar Noche transfigurada de Arnold Schönberg. Un prodigioso poema musical que sobre la tarima del Auditorio detuvo el tiempo, la crisis, la fatalidad, para confortarnos o cauterizarnos con los más nobles sentimientos y la esperanza de un mundo mejor, capaz de redimirse a sí mismo.

El magnífico nivel ofrecido por los jovencísimos músicos del Conservatorio Superior abre un ciclo de optimismo en lo que a la enseñanza y oficio de la música clásica en nuestra Comunidad se refieren.

Combinados con algunos de sus profesores en las formaciones camerísticas, dirigidos por Juan Luis Martínez en una formación sinfónica que asimismo nos deslumbraba recientemente en el Auditorio zaragozano interpretando piezas de Mozart y Beethoven, más un estreno de Ortiz Serrano, han sabido dar la vuelta a las peores predicciones de los agoreros.

Su suma de técnica, entusiasmo y disciplina nos ha deparado, tras años de duro trabajo y los siempre difíciles comienzos de éste y de cualquier Conservatorio, una estructura musical clásica capaz, ya no sólo de vertebrarse en los ciclos que Miguel Ángel Tapia coordina con excelente y exigente criterio, sino de representar a nuestra Comunidad en cada vez más prestigiosos foros.

La música, como la palabra, es tan necesaria como terapéutica. En su doble función de estética e higiene mental sería deseable extender sus efectos al conjunto de la sociedad. Lograr que más ciudadanos, y en especial los jóvenes, se acerquen una tarde a esperar que la noche se transfigure con el arte de Schönberg, o que cualquiera de los jóvenes músicos del CSMA acabe dirigiendo una gran orquesta.

La belleza sigue siendo revolucionaria.