Solo hay que echarle un vistazo al último CIS, que sostiene que cuatro fuerzas políticas están apenas separadas por 4,5 puntos porcentuales, para concluir que una sociedad tan fragmentada no puede permitirse dejar a nadie atrás, sino alentar amplias alianzas, y más en un país tan necesitado de pactos de Estado sobre lo fundamental: desde la educación hasta el propio modelo global que sigue sin apostar por la investigación y la innovación como hacen los países del entorno. Sin embargo, la solución que aporta el PP es que se garantice por ley que sea la lista más votada la que gobierne con manos libres, propuesta que Ciudadanos está estudiando pero que ya ha puesto en práctica en Madrid, donde se ha tragado su cacareada regeneración en virtud de no se sabe bien qué estrategia «aprovechategui».

La democracia se conjuga, no se impone a las bravas, y menos con tan escaso margen. Las urnas no dan el poder, lo reparten; y una oposición digna de su nombre está obligada a incidir en la gestión institucional, no a evitar la responsabilidad en espera de su turno electoral. Jugando a la sokatira con la unidad de España, PP y Cs protagonizan un barullo político que ni un escenario pre-preelectoral debe admitir.

Del otro lado, la izquierda no ha aprendido nada de la exitosa experiencia de la vecina Portugal. Un PSOE estancado con el efecto bluf de Pedro Sánchez presenta su peor registro desde el 2016 y ve cómo Cs (que le ha birlado 400.000 votos) le supera en la tabla. Podemos, por su parte, se da de cabezazos contra su propio techo en espera de saber dónde puede ser decisivo (o no). Mientras, 2,5 millones de potenciales votantes de izquierdas se refugian en la abstención o en el no sabe todavía. El panorama puede verse alterado si, además de las mareas sectoriales, crece el protagonismo de tres segmentos sociales convertidos en colectivos transversales, que define Joaquín Estefanía: el feminismo, los jubilados y el precariado, que no solo pero especialmente compromete el futuro de los más jóvenes con una tasa de paro del 37.9%, la mayor de Europa junto a Grecia.

En cualquier caso los encuestados lo dejan claro: el 76,2% cree que la situación política es mala o muy mala cuando en el 2008 solo rondaba el 40%. Demasiado importante como para que quien dirige la estrategia de Comunicación del presidente, pillada in fraganti, se despache con un frívolo: «No voy a explicar nada, lo mejor es pedir perdón y santas pascuas». H *Periodista