Tuve recientemente ocasión de visitar el Santuario de Nuestra Señora de Magallón, en Leciñena. Me impresionó la restauración del edificio como hospedería, que ha supuesto un gran esfuerzo, y el enclave en que se haya, con magníficas vistas a los montes monegrinos, al Pirineo y a la ciudad de Zaragoza, distante veinte kilómetros.

La nueva corporación de Leciñena, con Raúl Gracia, su alcalde, y Víctor Pastor, concejal de Cultura, viene poniendo en valor el santuario y organizando eventos culturales y gastronómicos con mucho éxito.

El anterior alcalde, Gonzalo Gavín, estudió el patrimonio del santuario, preguntándose cuántas riquezas se habían perdido a lo largo de los siglos (su fábrica original data del XIV), en especial a raíz de la degradación sufrida por el edificio en la guerra de Independencia, cuando fue utilizado como cuartel y hospital.

El desolador inventario de patrimonio perdido lo da el propio Gavín: «La talla románica de Nuestra Señora de la Huerta con todos sus ornamentos y alhajas; el relicario de oro regalado por el rey don Jaime, la urna de plata donada por la reina doña Germana, el relicario de don Juan de Austria, un pato de oro con una perla del tamaño de una almendra o un reloj de oro con diamantes legado por la duquesa de Híjar...» Sin olvidar varios retablos y las pinturas de Manuel Bayeu, de las que sólo se conservan algunos fragmentos.

Javier Bagüés Marcén firma un libro esencial: La restauración del Santuario de Ntra. Señora de Magallón. Leciñena 1989-2018. Y Antonio Gracia Diestre otro singularísimo: Los ‘graffiti’ del salón (s. XVI-XVII). Por sus páginas desfilan la rica historia del santuario, sus múltiples devenires y usos, tragedias, visitas reales, leyendas... En una rica mezcla de elementos que nos hablan del poder político y de la fe religiosa, del talento artístico y de los usos agrícolas, de abades, peregrinos, reyes, húsares, milicianos, furtivos y buscadores de tesoros...

Pero el mejor homenaje y el más directo conocimiento de este recuperado santuario será su visita, que les recomiendo por su interés y belleza. Un lugar mágico cuyas piedras hablan tan claramente como los graffiti del gran salón.