Como octogenario, condenado, según sus cálculos, de momento fallados, por este pandémico gobierno; a marcharme involuntariamente de este mundo, donde he sido y sigo siendo muy feliz. Me gustaría indicar que los últimos sucesos que ensonrrojan nuestra inmadura democracia pueden deberse a: mala gestión de los responsables gubernamentales; a que estos no han respondido al perfil deseado por sus mentores; o a que el personal ha percibido la deficiente e ineficaz forma de entender la política de sus usureros e interesados gobernantes del pacto Soco (socialcomunista). Creo que a las tres cosas.

Debería ser obligatoria una madurez mental e intelectual, como se exige en todas las profesiones, que aparcase al cerebro especulativo y sus ejecutoras manos de intereses. La mayoría de ellos, de cualquier signo, están contaminados por la leyenda, el chisme, la patraña o por el revanchismo localizado en el afán de poder, de su intelectualmente indigente cerebro, o si prefieren mente.

Es preciso restablecer la confianza en otro tipo de políticos, pertenecientes a nuevas generaciones que han cuidado, de la continuidad democrática, las normas, la limpieza y el esplendor de nuestra libertad.Que adopten nuevas normas de convivencia, sociales económicas, culturales y judiciales; que impidan el enriquecimiento rápido e ilegal a costa de los ciudadanos que dicen representar. Que ningún sentimiento de revancha, impida la evolución lógica de los valores democráticos, ya que no han vivido la amargura de tiempos pasados y, que en época de paz, han podido percibir el aliento y el semblante de pueblos unidos por su historia, forma de vivir, sentir, pensar y bregar en libertad.

Libertad obstaculizada por algunos exaltados regionalnacionalismos, capaces de sembrar y sustraer a su antojo y bajo el paraguas de unas siglas, grandezas o miserias con pueriles versiones interesadas; creando cofradías, clubes o sociedades de camuflaje económico, para enriquecimiento personal o familiar, olvidando que los ciudadanos modifican sus costumbres, ideas, intereses y afectos en consonancia con el progreso social y cultural.

La democracia no puede suprimir, imponer vedar, o promover innecesarias y nocivas supercherías basadas en mecanismos exóticos que pretenden mantener los monopolios supervivientes y trasnochados dentro de un interesado regionalnacionalismo.

Es necesario el cambio de políticos, sin monomanías del pasado que impidan formular y divulgar nuevas normas de segura y pacífica convivencia en cualquier rincón de nuestra geografía, regenerar nuestra democracia, últimamente lacrada y degradada por las corrupciones, la especulación fácil, la mala gestión del gobierno y la judicializacion de la vida política. ¿Habrá que hacer una ley de Eutanasia política como instrumento que pueda terminar con el, políticamente consentido despreciable y espeluznante componente de descomposición, y de oculta violencia?. Solo podrán frenarlo generaciones de políticos, no contaminados.

*Catedrático emérito de la Universidad de Zaragoza