Hemos oído en muchas ocasiones, en especial cuando atravesamos una crisis (que de ella saldremos siendo buenos ciudadanos), que transformaremos la sociedad y aprenderemos de lo vivido, y no puedo decir otra cosa que lo firmaba ya mismo, pero a fuerza de vivir la realidad la apuesta la rebajaría a solo ser ciudadanos, porque aunque suene simple y sencillo, no lo es.

Como fórmula que reafirme esta aseveración, me voy a permitir basarme en el artículo 29 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos:

«1. Toda persona tiene deberes respecto a la comunidad, puesto que sólo en ella puede desarrollar libre y plenamente su personalidad.

2. En el ejercicio de sus derechos y en el disfrute de sus libertades, toda persona estará solamente sujeta a las limitaciones establecidas por la ley con el único fin de asegurar el reconocimiento y el respeto de los derechos y libertades de los demás, y de satisfacer las justas exigencias de la moral, del orden público y del bienestar general en una sociedad democrática.

3. Estos derechos y libertades no podrán en ningún caso ser ejercidos en oposición a los propósitos y principios de las Naciones Unidas».

La esencia de ejercer el título de ciudadano en una sociedad significa ser portador de derechos y responsabilidades. Estos deben ser ejercidos con el propósito de integración solidario en el conjunto, y el resultado garantiza la libertad individual en un estado democrático.

Las personas estamos muy lejos de representar la perfección, sobre todo porque esta no es una sola y además se sustenta en la subjetividad. Una de las principales lacras que debemos afrontar para poder desarrollar nuestra función de persona es aprender de los errores. Si hiciésemos un inventario de fallos y aciertos en nuestras vidas, sin lugar a dudas ganarían los primeros. Cesare de Beccaria, manifiesta que «La Historia de la Humanidad es un inmenso mar de errores en el que, de vez en cuando, pueden encontrarse unas cuantas verdades», pues bien, es sobre el conjunto donde debemos avanzar.

No perdamos el tiempo que nos da la vida en ser acusadores de los errores ajenos como fórmula de encubrir los nuestros, pues no nos conduce a ninguna parte y sí a bloquearnos unos a otros en el debate de quien falla más. Son demasiados los recursos que dedicamos a ello y muy pocos en construir nuestro propio bienestar.

Esto es muy propio de quienes ejercen la política, pero no caigamos en la trampa de quedarnos tranquilos con otra especie de acusación, ellos no son otra cosa que un fiel reflejo del conjunto de la sociedad y todos entramos en ese paquete.

Si reflexionamos sobre cómo y por qué los políticos actúan de esta forma y no de la contraria, llegaremos con facilidad a la conclusión de que están respondiendo a lo que nosotros les demandamos, y cuando les afeamos su forma de ejercer la política, lo estamos haciendo con parcialidad, pues los reproches solo van dirigidos a los que tienen criterios ideológicos antagónicos a los nuestros.

Aprendamos de nuestros propios errores, es sano y reconfortante, pues da como resultado un enriquecimiento como persona y una mejor capacidad de entender al resto. Si así lo hacemos, nadie va a ser capaz de afear las equivocaciones de cada uno de nosotros, solo aquellas que se produzcan basadas en la mala fe de lo que se quiere conseguir, porque eso no es un error, es el propósito claro de engañar y esto si que es perjudicial y enjuiciable por el conjunto.

También nos achacamos unos a otros, y siento volver a poner de ejemplo a los políticos, las promesas incumplidas. Hagámonos un repaso y no creo que nadie esté libre de haber prometido algo y no poder realizarlo, aquí caben toda clase de posibilidades; desde la promesa a sabiendas de su incumplimiento, a aquellas que se han hecho más con la ilusión que con la realidad, o también que las circunstancias y el tiempo transforman las posibilidades.

Todos hemos sido protagonistas de promesas incumplidas, nadie queda a salvo, y que los creyentes me perdonen, pero incluso Jesucristo prometió: «Bienaventurados los humildes, pues ellos heredarán la tierra». Estoy seguro de que lo dijo convencido, pero hasta la fecha no ha sucedido.

Ser ciudadanos, esa es la importante tarea que debemos afrontar y alcanzar para desarrollar nuestra personalidad, que eso nos haga capaces de ser libres y hacer de esa libertad una parte fundamental de los cimientos de nuestra sociedad. Ser ciudadanos por ser personas.

*Presidente de Aragonex