Yo no digo que ministros, presidentes y monseñores no sean muy dueños de decir lo que les venga en gana, pero a mi señora, que es de letras, me la van a volver loca. El otro día estaba yo tan tranquilo escuchando a Serrat cuando va y me espeta sin avisar: oye, tú que entiendes de esas cosas, ¿qué coño tienen que ver las bodas gays con la quiebra de la Seguridad Social? Le pregunté qué había desayunado y me plantó el periódico ante las narices. Anda, rico, tú mucho presumir pero no tienes ni idea (le joroba que yo entienda los editoriales de Economía de El País y ella no, y no pierde ocasión de vengarse), digo yo que un obispo sabrá de lo que habla.

Y luego vino Montoro diciendo que, como se casen los homosexuales, ya podemos correr a la cola del paro. Anda, Pepe, explícamelo. Como no me gusta hablar mal de un ministro en casa, me fui por la tangente y dije que para explicar eso tendría que darle antes unas nociones de cálculo infinitesimal, y con eso se quedó más tranquila.

Pero lo que ya no acaba de entender la pobre es lo de don Marcelino Iglesias, eso de que tenemos que trabajar mucho para llegar a los dos millones de habitantes, dice que a ver qué relación tienen el trabajo, el paro y la Seguridad Social con los gustos sexuales de cada uno o con la forma de confeccionar criaturitas.

En fin, a ver si pasa marzo y se sosiegan un poco, que no hay forma de pasar las fiestas en paz. Ah, y feliz año a todos, incluidos Montoro, Rouco y don Marcelino.

*Periodista